Plaza Nueva es, por méritos propios, la plaza más viva, deliciosa y dinámica del casco histórico de Granada. Gran parte de este amplio y atractivo espacio urbano corresponde con la desaparecida Rahbāt al–Hattābín nazarí, la “Plaza de los Leñadores”, rebautizada más tarde por los cristianos como “Nueva”, dentro del contexto de reformas urbanas ordenadas por los Reyes Católicos entre 1498 y 1515.
Aquel vasto programa de reformas implicaba la destrucción de aquella diminuta plaza árabe de los Leñadores -en verdad una triste placeta de reducidas dimensiones- y la demolición de las casas de sus inmediaciones, para edificar en su lugar un nuevo y más grandioso espacio público abierto, una auténtica plaza acorde al gusto castellano, es decir, un elemento del paisaje urbano prácticamente inexistente en la Granada musulmana.
Con posterioridad, conforme avanzaban las décadas, se le irían añadiendo nuevos palacios y edificios institucionales, tanto civiles como religiosos, muchos de ellos ciertamente emblemáticos (como la Real Chancillería), y se embelleció concienzudamente el entorno. Y, finalmente, durante el período 1854–1884 se acometería otro ambicioso programa de reformas urbanísticas, que implicarían las famosas obras de embovedado del Darro, por cuestiones de higiene pública: por entonces aquel río arrastraba tal cantidad de residuos y contaminación, que se hizo urgente, para evitar malos olores y posibles enfermedades, sanearlo, cubrirlo y canalizar sus aguas a través de un túnel soterrado.
Hay que reconocer que, de toda la Granada contemporánea, Plaza Nueva es quizá su mejor representante, o al menos uno de los mejores, dotada como está de esa rara belleza, tan característica,... tan suya; de ese inexplicable ambiente en donde se combinan, a partes iguales, el extraño frenesí que palpita en el constante transitar de sus muchas y variopintas gentes, locales y foráneas, con el aire relajado y bohemio de sus coloridas fachadas, sus coquetas fuentecillas, sus terrazas y bares siempre llenos... Una plaza singular, punto de paso y de encuentro, inundada de colores y matices, sonidos y evocaciones, siempre marcada por la singular monumentalidad de sus edificios, en donde destacan numerosos ejemplos de arte mudéjar, renacentista, manierista, barroco y ecléctico. Y protegida, se podría decir, por la Alhambra, que desde la Torre de la Vela, adelantada sobre la colina de la Sabika, fuente de inflamados versos, parece vigilar impertérrita el devenir de su ciudad.
Algunas de las cafeterías más bonitas y populares del entorno de la bohemia Plaza Nueva, son el café Lisboa, todo un clásico básico en la zona, con su fabulosa terraza, y el acogedor café Central. Entre los bares de tapas, son cita obligada la taberna La Antigualla y las famosas Tabernas Castaneda (y se escribe así, en plural, porque son dos, una al lado de la otra). ¡Ah, y un pequeño secretito: en la recoleta Placeta de Cuchilleros, al fondo, se esconde un auténtico tesoro oculto del taperío granadino, La Trastienda, peculiar y pintoresca casa de vinos que, desde fuera, parece más una charcutería de barrio que otra cosa. Cuenta con una selecta carta de vinos de excelente calidad, y unos embutidos y quesos magníficos, todo un regalo para el paladar. Merece la pena.
La magnífica fachada principal del edificio, finalizada en 1587, es manierista, pero acoge gran cantidad de elementos que preconizan claramente el Barroco, adoptando soluciones tanto constructivas como decorativas ensayadas previamente, con notable éxito, por diversos arquitectos italianos en palacios romanos y florentinos. Constituye así, este edificio, una de las obras maestras de Granada más significativas de su época, y todo un honor para sus diseñadores y artífices, Juan de la Vega y Martín Navarrete. Dividida la fachada en dos grandes niveles, en el inferior destaca la grandiosa portada de piedra gris de Sierra Elvira, con tres puertas: la central, mucho más grande y majestuosa que las laterales, consiste en un gran arco de medio punto enmarcado entre firmes pilastras, con dobles pares de columnas corintias adosadas, de fuste acanalado, apoyadas sobre pedestales realzados de piedra. Por encima, de un frontón triangular partido parece emerger una cartela con la inscripción alusiva a la fundación y embellecimiento del palacio por Felipe II, que, en resumen, declara su intención de crear en Granada un lugar adecuado para impartir justicia dignamente. Las portadas laterales son de menores dimensiones, enmarcadas entre pilastras y protegidas por frontones semicirculares. En el segundo tramo, diferenciado mediante una gran cornisa que abarca toda la horizontal, destaca un gran ventanal central, rematado por un enorme escudo de España flanqueado por las figuras de dos Virtudes: la Fortaleza y la Justicia , reposando simétricamente sobre un frontón semicircular quebrado.
El acceso al palacio se realiza a través de un amplio vestíbulo con cinco arcos sobre gradas que salvan el desnivel natural del terreno. A continuación, desembocamos en el hermoso y amplio patio central, totalmente peristilado, con galería doble en las dos alturas y caracterizado por una gran luminosidad (atribuido a un diseño propuesto por Diego de Siloé). La planta baja exhibe arcos toscanos de piedra gris de Sierra Elvira, y la superior un entablamento cuyo peso reposa sobre zapatas apoyadas en columnas sobre pedestales. La antigua cárcel manifiesta, por otro lado, una curiosa articulación entre sus dos patios, situados a diferente altura, tal vez debido a reajustes del nivel del suelo.
Lo más famoso de la Chancillería , sin embargo, es su bella escalera monumental –de tres tramos y cubierta con una magnífica armadura de artesas original– construida en 1578 con el dinero de la cuantiosa multa impuesta al soberbio Marqués del Salar, por negarse a quitarse el sombrero ante los jueces. Se cuenta que el marqués argumentó, furioso, ante los magistrados que el mismísimo Felipe II en persona le había concedido licencia para no tener que descubrirse ante nadie, ni siquiera ante Su Majestad. Enterado del suceso, el rey castigó al marqués sosteniendo que, ante la Ley y la Justicia, hasta el mismísimo monarca “se debía quitar el sombrero”.
La Iglesia mudéjar de Santa Ana y San Gil con su preciosa torre-campanario,
antiguo minarete islámico "reciclado". / Foto: Juan A. Cantos (2012).
Al lado se encuentra la Plaza de Santa Ana, que, al no contar con barreras arquitectónicas o urbanas claras, resulta a primera vista algo difícil de distinguir de Plaza Nueva –y para muchos, son en general la misma cosa–. En uno de sus laterales destaca, adosado a un muro, el bello Pilar del Toro, última obra ejecutada por Diego de Siloé en Granada, justo antes de su muerte. Este pilar escultórico, en principio, tenía otro emplazamiento en la calle Elvira , pero en 1941 el alcalde Gallego y Burín ordenó su traslado a esta su actual ubicación. El robusto pilón de mármol gris presenta un grácil abombamiento o curva “en pecho de paloma”. El frontal de pilar presenta dos originales figuras masculinas semidesnudas, de cuerpo entero, sentadas casi simétricamente en el borde del pilar, con las piernas cayendo fuera del pilón. Sobre sus fornidos hombros sostienen dos cántaros de donde surgen los caños de agua. En medio, presidiendo el conjunto, destaca una fabulosa talla en piedra de una cabeza de toro, enmarcada por dos lápidas laterales, y de cuyo hocico surgen otros dos caños surtidores. Abajo un bajorrelieve acoge una pareja de peces en movimiento. Un escudo de Granada antiguo, coronado con volutas y un jarrón con flores y frutas, remata el conjunto de esta bellísima fuente urbana. El agua del pilar es potable, y sirve de generoso refresco para los sedientos durante todo el año.
Una visita a las entrañas de Santa Ana nos permitirá descubrir su fantástico tesoro artístico: de José de Mora, tenemos soberbias tallas como una Dolorosa, un San Bartolomé y un Cristo del Sepulcro; de José Risueño una Virgen de la Esperanza ; etc. El retablo consagrado a la Virgen de la Rosa , de la escuela flamenca, no es, desde luego, menos interesante a nivel artístico.
Tras la desaparición de la Iglesia de San Gil –cuyo culto se adscribió al de la Iglesia de Santa Ana–, hacia 1868 se reunió en una sola gran plaza las tres placetas anteriores, confluyendo en un solo espacio los ámbitos de poder municipal, judicial y eclesiástico. Hacia 1880, desapareció también el llamado Puente de al–Hachimīm, que en época cristiana se conoció como Puente de Santa Ana.
Al otro lado del río, colindante con el bosque alhambreño, se descubre un paisaje de graciosas casitas y callejuelas retorcidas y empinadas, que parecen trepar por la misma ladera de la Sabika , aprovechando los caprichosos escalonamientos naturales del terreno. Unos doscientos metros más adelante el río hace un recodo, y sobre un pequeño saliente se emplaza la Iglesia parroquial de San Pedro y San Pablo.
En la pequeña Calle Convalecencia –al principio de la Carrera del Darro –, se ubica un interesante museo biográfico sobre la vida y obra de una de las figuras capitales de la historia de Granada: San Juan de Dios. El museo está instalado en la antigua Casa de los Pisas, noble familia cristiana que acogió y cuidó, en sus últimos días, al llamado “Santo de los Pobres”.
San Juan de Dios: (Montemaior Novo, 1495 – Granada, 8 marzo 1550) De nombre completo João Cidade, nació en el seno de una familia pobre del Alenteixo portugués, aunque pudo recibir una buena educación, gracias a la tutela del Conde de Oropesa. Fue soldado durante algún tiempo. Tras una breve estancia en Ceuta –en donde trabajó en la construcción de sus murallas–, se instaló en Granada, montando una pequeña tienda de libros y estampas para subsistir (en Puerta Elvira). Se dice que, tras escuchar en Plaza Bib-Rambla una fervorosa predicación de San Juan de Ávila, se conmovió tanto que empezó a realizar durísimas penitencias públicas, tan duras que le tomaron por loco, e ingresaron en el Hospital Real. Fue entonces cuando decidió entregarse en cuerpo y alma al cuidado de los más necesitados, vagando por las calles día y noche para pedir limosnas destinadas al sostenimiento económico de los numerosos pobres y enfermos que él mismo se encargaba de recoger y atender. En el año 1547, el Arzobispo de Granada, enterado de sus actividades, le concedió una casa grande y limpia en la Cuesta de Gomérez. Un año después, el Obispo de Tuy le cambió el nombre por el de Juan de Dios, con el que en adelante sería conocido por todos; ese mismo año fundó un nuevo hospital en Toledo. Cuando el Hospital Real de Granada se incendió en 1549, casi moriría entre las llamas intentando salvar a los internados. En cierta ocasión se lanzaría a las aguas heladas del Genil para rescatar a un chiquillo de morir ahogado, lo que le haría enfermar y, poco después, morir. Se cuenta que, en su lecho de muerte, pronunció como últimas palabras: “Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Su vida y obra son las de un hombre piadoso y caritativo, lo que le valdrá la aprobación de la Orden Hospitalaria –o Hermanos de San Juan de Dios– de forma póstuma (1568), y la canonización el 16/10/1690. Los Hospitalarios adoptaron la Regla de San Agustín y fueron elevados a Orden regular en 1586; sus Constituciones fueron aprobadas solemnemente por el Papa Paulo V, en 1616. Aparte de los típicos votos monásticos de pobreza, obediencia y castidad, los hospitalarios añadieron otro, que sería su rasgo más característico y definitorio: la hospitalidad.
San Juan de Dios visto por Bartolomé Esteban Murillo.
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Todo el lado derecho de la Carrera corresponde al río y sus vistas, pero el izquierdo parece casi una auténtica “muralla” de viejas casas solariegas y palacios –algunos con magníficas portadas renacentistas y barrocas, y decoraciones parietales–, alternando entre decrépitos conventos y tímidas bocacalles. Apenas nos hemos distanciado unos metros de la Iglesia Sta. Ana, topamos con una placa con una inscripción sobre el muro de un edificio señorial: allí –según se lee– nació Doña Mariana Pineda, la célebre heroína libertaria de Granada.
Una de las callejas da a la Cuesta de Santa Inés, llena de edificios de notable valor arquitectónico e histórico: de su nº. 7, o Casa del Padre Eterno, de pintorescas fachadas platerescas, se cuenta la leyenda que tuvo un patio con un mural que representaba al Creador mirando hacia un rincón, revelando el lugar donde el codicioso propietario escondía un gran tesoro. Hoy el palacio, bien reformado, alberga un fantástico hotel de lujo: el Palacio de Santa Inés.
El Convento de Santa Inés contiene dos fantásticos patios del siglo XVI, más un tercero, adicional, construido ya en el XIX tardío (1885). El primer patio presenta planta baja peristilada con columnata de mármol, y por encima, una galería mudéjar adintelada, abierta en tres de sus lados mientras el cuarto –el lado Norte– ostenta una arquería con columnas. El segundo patio, de gusto renacentista castellano, consta de peristilo en tres de sus lados, y dos niveles más de alzado con galerías de madera muy sencillas. Adosada a este patio hay una capilla. En este convento también se conserva un monumento funerario, de cierto valor escultórico, en honor del noble Señor de Agreda. El Convento de Santa Inés fue fundado por iniciativa del licenciado Bazón, y más tarde el Arzobispo Guerrero tramitó su adscripción a la Regla de Santa Clara.
La casa correspondiente al numero 6 de esta misma calle-cuesta es un bonito edificio de dos plantas del siglo XVII, con portada manierista de piedra y balcón metálico cubierto con frontón partido y alero de madera típico. El inmueble fue reacondicionado para acoger unas oficinas municipales. La Calle del Carnero, a continuación, debe su nombre a la leyenda de un carnero mágico con los cuernos de oro, que condujo a una pareja de amantes adúlteros hasta el escondrijo de otro tesoro, que el marido de la mujer había ocultado de su infiel esposa como castigo.
Al final de la cuesta, tenemos la Casa de Agreda (siglo XVI), suntuosa casa solariega del noble Don Diego de Vera Agreda y Vargas, Caballero de la Orden de Santiago y Regidor de la ciudad. La fachada principal de este palacio destaca por su sensacional portada monumental manierista, sin duda una de las más majestuosas y bellas de Granada, y una de las mejor conservadas de dicha centuria. Sobre el dintel, un vistoso friso acoge cruces de Santiago pintadas en rojo vivo –haciendo alusión a la orden caballeresca–; el frontón partido acoge el gran escudo heráldico de la familia. Tras la puerta se accede a un zaguán, en donde se dice que antaño descansaba San Juan de Dios en sus escasos ratos libres. Las estancias interiores, acorde a la tipología casa-patio castellana, se organizan en torno a un gran patio-distribuidor porticado, con columnas corintias en dos de los lados. La elegante escalera monumental se cubre con una armadura ochavada.
La Carrera del Darro, un soleado día de invierno.
Foto: Juan A. Cantos (2012).
También destaca por su soberbia elegancia la Casa-Palacio de los Condes de Arco (finales del siglo XVI), con un programa arquitectónico y ornamental de estilo manierista, presente en su fachada y sus vanos, que recuerda inevitablemente al modelo de la Real Chancillería. El notable escudo heráldico del linaje de los Carvajal, o Carvajales, decorando su portada principal, mira directamente al río Darro como si fuera su silencioso y eterno vigilante. Este maravilloso palacio urbano fue construido hacia finales del XVI siguiendo, en gran medida, el modelo arquitectónico de la Real Chancillería. Este aristocrático edificio, reformado en 1987, acoge en su interior la sede del importante Centro de Documentación Musical de Andalucía, con interesantes y riquísimos archivos de grabaciones de tradiciones de la Alpujarra y Granada, y la obra completa del compositor Ángel Barrios, entre otros muchos tesoros sonoros.
Un poco más adelante, a la izquierda, se encuentran las famosas Termas árabes del Bañuelo (Hammām al–Yawzā o “Baños del Nogal”, del siglo XI) haciendo esquina con la calle homónima. Perfecta muestra del alto grado de desarrollo alcanzado por la arquitectura civil granadina en tiempos de la dinastía Zirí (1013-1098), el Bañuelo puede sentirse también orgulloso de ser el ejemplo más antiguo conservado de baño árabe público no sólo en Granada capital, sino en toda España. El acceso se hace a través de una pequeña casa cristiana que, en el siglo XVI, fue superpuesta en el lugar, aunque respetando la estructura del hammam original. Estructuralmente, el Bañuelo es muy similar a los Baños Reales de la Alhambra , aunque al ser público y no privados como aquéllos, carecen de sala de reposo diferenciada, si bien disponen de un pequeño vestíbulo (bayt al–maslāj) o vestuario. Por lo demás, se observa la tradicional división en tres salas del típico baño andalusí, heredada a su vez de las termas romanas: una sala fría, o bayt al–barīd –equivalente al frigidarium clásico-, una templada o bayt al–bastanī –tepidarium– en la parte central, la más grande todas, y por último una caliente, al fondo, junto a la zona de calderas, el bayt al–sajūn –caldarium–. Como curiosidad, hay que decir que la mayor parte de los capiteles islámicos de las columnas del Bañuelo, basados en modelos califales cordobeses, son originales, aunque muchos hayan sido ligeramente restaurados en el siglo XX, para asegurar su conservación. La visita del Bañuelo (dirección: Carrera del Darro, 31, telf.: 958222339.) es totalmente gratuita, aunque tiene el horario muy reducido, de martes a sábados, sólo de 10:00 a 14:00 h.
Detalle de los arcos gemelos de herradura y el techo abovedado
con lunetos y estrellas de la sala fría del Bañuelo.
Foto: Juan A. Cantos (2012).
Subiendo por la estrecha callejuela empedrada del Bañuelo, se descubre el grandioso Convento de la Concepción, protegido entre altas paredes, macizas y encaladas, y por una verja metálica que encierra una placeta con unos cuantos arbolillos, un crucifijo y al fondo una pequeña portada tardogótica, en forma de arco ojival o apuntado. Antaño, gran parte del espacio ocupado por el actual convento cristiano correspondía a la planta de un importante hospital árabe, el Maristán, fundado por orden del Muhammad V en 1365, del cual sólo perdura poco más que su recuerdo, las huellas de su delimitación -unas cuantas ruinas de muros y cimientos- y algunos restos arqueológicos, hoy en día conservados principalmente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Se sabe que aquel maristán fue el más importante de todo el Reino de Granada, y que contó con los médicos más avanzados de su tiempo. Muhammad V gastó enormes sumas de dinero para su construcción y dotación económica. El buen sultán proyectó su hospital fundamental como un centro donde atender tanto enfermos físicos como mentales, independientemente de su condición social; sin embargo, numerosos datos parecen indicar que, cuando Granada fue conquistada por los Reyes Católicos en 1492, el maristán se encargaba ya exclusivamente de enfermos mentales, ingresados bajo tratamientos específicos. En una época en que el mundo cristiano veía con malos ojos la locura y carecía de una medicina avanzadas (no hablemos ya de algo similar a una psiquiatría o psicología modernas), la presencia de un centro de estas características en Granada debería ser entendida como buena muestra de las elevadas concepciones humanitarias de los nazaríes, y del desarrollo de unas técnicas asistenciales muy avanzadas -propias del mundo islámico-, que tuvieron que dejar boquiabiertos a los cristianos. La importancia del maristán de Muhammad V está igualmente recogida en la obra del ilustre poeta, filósofo y cronista nazarí Ibn al–Jatib, quien declararía que este sanatorio superaba en importancia y grandeza incluso al célebre Hospital Mansourí de Al-Qahira (El Cairo).
Los Puentes de Cabrera y de Espinosa son construcciones cristianas de la primera mitad del siglo XVI, que conectan la Carrera del Darro con el cuasiolvidado barrio de la Churra , extendido a los pies de la colina de la Alhambra, y que en realidad supone una prolongación natural del Albaycín, como se observa en su arquitectura y semblanza.
Muy cerca, se puede contemplar un curioso elemento arquitectónico sobre el cauce del Darro: las extrañas ruinas del arranque de un arco de herradura adovelado, adosado a un macizo pero erosionado cuerpo de piedra y tapial. Algunos eruditos han querido ver en él un puente, posiblemente los restos del llamado Puente del Qadí, que mandó erigir el juez islámico (qadí) Ibn Tāwbā en tiempos de los Ziríes (siglo XI). Nada más lejos de la realidad: el extinto Puente del Qadí fue destruido cuando se embovedó el Darro para construir la actual Plaza de Santa Ana -en la parte alta de Plaza Nueva-, donde se ubicaba hasta finales del siglo XVIII. El arco que aquí vemos era, en cambio, parte de la vieja Puerta de los Tableros (Bab al–Dīfaf), también de época zirí, que marcaba el inicio del arrabal árabe de Ajsares, célebre por sus aires frescos y saludables. Era, por entonces, una puerta urbana por debajo de la cual pasaba el río, y que contaba con dos torreones laterales –actualmente desaparecidos–, desde los que se desplegaban dos paños de muralla, uno de los cuales conectaba con la Alhambra , por la Puerta de las Armas, y el otro con la Alcazaba Qadima, o Vieja, en lo alto de la colina del Albaycín (actual Palacio de Dar Al-Horra, o Casa del Gallo). Esta puerta contaba igualmente con dos escaleras simétricas laterales, enclavadas en los torreones, por las que se podía acceder directamente a recoger agua al río, asegurando el abastecimiento de agua en caso de asedio. La puerta, así, constituía una formidable defensa: aseguraba un suministro de agua constante a la ciudad incluso en tiempos de guerra, permitía la continuidad del adarve; y era un puente militar, no un sitio de paso para los ciudadanos. Se cuenta que un jinete podía galopar por el adarve desde la Alcazaba Qadima hasta la Puerta de las Armas de la Alhambra sin detenerse, gracias a este punto de conexión aventajado de Bab al–Dīfaf. Las ranuras verticales visibles en el arco albergaban los rastrillos y compuertas que cerraban el paso del enemigo que quisiera entrar a Axsares atravesando el río.
Siguiendo por la Carrera del Darro río arriba, se encuentra el Convento de Santa Catalina de Siena, llamado también popularmente “de Zafra” en honor a su fundador, Don Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos. Este notable personaje recibió de sus soberanos un vasto conjunto de propiedades en esta zona del Albaycín Bajo, como lujosas mansiones y palacios-almunias nazaríes que, a su muerte, fueron heredadas por su viuda y su hijo, Doña Leonor de Torres y Don Fernando. Éstos no dudaron en destinarlas a fundaciones monásticas, a partir de 1527, dando por resultado el presente convento. La iglesia atesora notables imágenes religiosas, como una excelente Virgen con Niño de José Risueño, una Dolorosa de José de Mora llena de emoción y detallismo, realmente sobrecogedora, y unas cuantas pinturas de Pedro Atanasio Bocanegra. El convento, integrado por varios edificios, conserva también en su seno los restos de una casa andalusí completa, datada en el siglo XIV. Entre sus peculiaridades, destaca la curiosa combinación de elementos de arte islámico supervivientes con otros de gusto cristiano (visibles en los refinados capiteles moriscos y árabes de las columnas). El régimen de clausura impide acceder a los visitantes a su interior, aunque sí se puede entrar en la iglesia conventual,sin problema, durante las horas de culto.
Detalle de la decoración de la portada principal del Convento de Zafra o de Santa Catalina
de Siena, con el nicho y la imagen de la santa titular. / Foto: Juan A. Cantos (2012).
El número 5 de la Calle Zafra corresponde a la antigua Casa solariega de Don Hernando de Zafra, vistoso palacio urbano gótico-renacentista. Su linaje, uno de los de más alta categoría de la Granada del XVI (gozó del favor directo de los Reyes Católicos), está reflejado, junto a las múltiples alianzas matrimoniales que desarrolló a lo largo de la centuria, en la ornamentación iconográfica de la portada interior.
Frente a la Iglesia de San Pedro y San Pablo se encuentra la legendaria Casa de Castril, actual sede del Museo Arqueológico y Etnológico Provincial. Posiblemente se trate del más bello palacio renacentista de esta zona de Granada, construido en 1539 –como reza su inscripción– y dotado de una de las más extraordinarias fachadas platerescas de toda la provincia: estructurada en dos niveles, el inferior acoge los escudos heráldicos de la noble familia Castril sostenidos por angelotes, y el superior, con las figuras también en relieve, un águila feroz enmarcada en un semicírculo abrazado por leones rampantes. El programa ornamental, que gira en torno a la exaltación de sus propietarios, se completa con variopintos motivos propios del primer Renacimiento granadino –conchas aladas, grutescos, roleos vegetales–. Esta fantástica obra ha sido atribuida a la escuela de Diego de Siloé, posiblemente a su aventajado discípulo Sebastián de Alcántara.
Sin embargo, la peculiaridad más llamativa de este palacio es, sin duda, su curioso balcón tapiado de la esquina: sobre el dintel se lee, tallada, la frase “Esperándola del Cielo”, misteriosas palabras que han inspirado numerosas leyendas. Se dice que, una noche, el Señor de Castril, descendiente de los Zafra, sorprendió in fraganti a un siervo suyo escondido en la alcoba de su hija, la cual yacía al parecer desnuda o semidesnuda (en cualquier caso, de forma impúdica). Ante semejante espectáculo, tomado inmediatamente como brutal afrenta, el señor entró en cólera, y ahorcó al desdichado amante del balcón. Antes de morir, el siervo pidió a gritos justicia; la respuesta de su amo fue que de él no la esperara, sino en todo caso “del Cielo”. Tras ejecutar al infeliz, el indignado padre ordenó tapiar la puerta y el balcón, se dice que con su hija dentro, que moriría emparedada. Cuando la pobrecilla suplicó a su padre, entre lágrimas, también justicia, la respuesta fue idéntica: “espérala del Cielo, que en mí no vas a encontrarla”. Esta fábula asegura que el espectro de la joven difunta vaga aún por la zona, esperando justicia sin jamás encontrarla.
Según otra leyenda, no obstante, la inscripción rememora la respuesta de Don Hernando de Zafra a Don Fernando el Católico, cuando el monarca preguntó a su vasallo qué recompensa esperaba por sus servicios al reino y éste le dijo, "no espero más que la que venga del cielo".
Como nota curiosa, debemos decir que el carácter soberbio y maligno del Señor de Castril le valió la mala fama entre sus coetáneos, ganándose su propia leyenda negra: era tan malo que, cuando murió, su cadáver, situado para el velatorio en un bajo del palacio, fue arrastrado por una copiosa lluvia que desbordó el Darro, desapareciendo, arrastrado entre sus aguas, sin recibir sepultura cristiana.
El Museo Arqueológico y Etnológico de Granada puede enorgullecerse de ser uno de los primeros fundados a nivel nacional, junto con el de Barcelona y el de Valladolid. Fue inaugurado en 1867 dentro de la primera oleada de interés por la Arqueología en España: primero, como Gabinete de Antigüedades, época en la que se reunieron sus importantes colecciones de restos de época califal (siglos VIII-X), extraídos fundamental del yacimiento de Medina Elvira; y en un segundo momento, desde 1879, como Museo Arqueológico Provincial, gracias a los esfuerzos conjuntos de la Comisión de Monumentos de Granada y el Ayuntamiento. Se dividieron entonces sus fondos en dos grandes áreas: Bellas Artes y Arqueológica, bajo la dirección de don Francisco Góngora (1879–1919), hijo de uno de los grandes pioneros de la Arqueología científica en España. Pero no fue hasta 1917 cuando se adquirió su actual sede, la monumental Casa del Castril, a los herederos del arabista L. Eguilaz y Yanguas. Más tarde, el arquitecto y restaurador Prieto-Moreno Pardo se encargó de un ambicioso plan de reformas, que permitieron la ampliación del museo, mediante la anexión de una vivienda contigua, la Casa del pintor Latorre, en 1962. En 1980, por fin, fue inaugurada la nueva Sección Etnológica, que empieza ya a atesorar interesantes fondos, como los de cerámica de Fajalauza, y que augura un futuro realmente prometedor, en los próximos años.
Frente por frente al Museo Arqueológico, tenemos la Iglesia de San Pedro y San Pablo, emplazada sobre un soberbio balcón del Darro, frente al llamado “Tajo de la Alhambra ”. Rodeada de vegetación, estas peculiaridades paisajísticas más sus propios valores artísticos y arquitectónicos, la convierten en uno de los templos más emblemáticos y significativos de la ciudad. Fue proyectada por Juan de Maeda –otro notabilísimo discípulo de Diego de Siloé, e íntimo colaborador del maestro– en 1559–67, y alzada sobre una iglesia anterior, que ocupaba el solar la desaparecida mezquita “de los Baños” –así llamada en honor al Bañuelo–. En su época de esplendor, congregó una enorme feligresía, principalmente hijos de noble cuna, como parroquial del barrio de los Axsares.
El famoso balcón tapiado de la Casa de Castril, en todo su esplendor, con la leyenda escrita en su friso"Esperándola del Cielo", que tanto ha dado y dará que hablar. Foto: Juan A. Cantos (2012). |
Al exterior, destacan dos hermosas portadas renacentistas, y una esbelta torre-campanario lateral de aires mudéjares. La portada principal, obra de Pedro de Orea (1590), está precedida por una placita de pavimento empedrado típico, presidida por un gran crucifijo de piedra; la portada consta de un gran arco de medio punto con los emblemas del Arzobispo Pedro de Castro en la clave A los lados del arco, dos pares de columnas corintias de fuste acanalado se adosan al muro, sustentando una amplia cornisa partida. Sobre ella, una hornacina central alberga las figuras escultóricas de San Pedro y San Pablo, llenas de humanidad y elegancia clásica. La portada lateral –mirando al paseo– es obra de Juan de Maeda y Sebastián de Lizana: un arco clasicista entre columnas corintias, con relieves de los Apóstoles y una hornacina con la Virgen de la Concepción. La planta de la iglesia es de cruz latina, con capilla mayor y crucero diferenciados, y nueve capillas laterales. La cubierta central consiste en una exquisita armadura mudéjar de madera labrada, que en el crucero adopta forma octogonal, típicamente clasicista.
Iglesia parroquial de San Pedro y San Pablo. / Foto: Juan A. Cantos (2011).
En su interior, aparte de los magníficos trabajos en madera, artesonados y retablos, todos ellos espléndidos–, destacan excelentes muestras escultóricas y pictóricas, como un tríptico de la escuela flamenca (siglo XVI) de la Flagelación, un Cristo atado a la columna atribuido a Pedro Machuca, y varias obras maestras de los insuperables maestros imagineros José de Mora y Pedro de Mena: del primero, por ejemplo, cabe mencionar el Cristo de la Sentencia y San Isidro; y de Pedro de Mena sus magníficas Obras de San Francisco de Paula.
Este templo parroquial acoge también la lápida mortuoria de Domingo Pérez de Herrasti, hidalgo vasco partícipe en la Guerra de Granada, señor de un vasto latifundio, germen del actual pueblo de Domingo Pérez en la comarca granadina de los Montes Orientales.
El Tajo “de San Pedro” de la Alhambra. – Un espectacular barranco de arcilla y grava rojizas, con sus casi setenta metros de alto, se eleva, imponente, frente a la Iglesia de San Pedro y San Pablo. Con el tiempo, este tajo ha ido poco a poco progresando hasta situarse a escasos 24 metros de los muros de la Alhambra. Sus o rígenes se remontan (y deben) a cierto incidente acaecido en 1595, la enorme explosión de un polvorín de municiones, situado en esta zona. La explosión fue tan brutal que causó no sólo enormes daños en el barranco, ya existente por entonces pero en un tamaño más reducido, sino numerosas muertes y heridos, la destrucción de varias viviendas, así como de algunos muros y capillas de la iglesia, y, sorprendentemente, incluso la de muchos vidrios de colores que decoraban el techo de una sala de la Alhambra, el mirador de Lindaraxa. Desde aquel año fatídico, el barranco, pronto bautizado por los lugares Tajo de San Pedro, no ha hecho sino crecer, a un ritmo lento pero constante. El nivel de peligrosidad es realmente alto para los cimientos de la Alhambra, poniendo en peligro la estabilidad de la Torre de Comares, entre otras estructuras, dado el ritmo de avance de este increíble tajo, y la actividad sísmica típica del subsuelo de Granada.
El número 51 de la Carrera del Darro corresponde al antiguo palacete Casa del Monte de Piedad, edificio de estilo barroco de dos plantas, del siglo XVIII (con reformas añadidas en el siglo XX). En él destacan dos grandes torres laterales con nobles portadas de piedra gris de Sierra Elvira, y hornacinas con estatuillas hagiográficas. Una de sus puertas corresponde a una antigua capilla de Santa Rita da Gascia. El inmueble está coronado, en su parte central superior, por un gran escudo heráldico. Recientemente se ha instalado un pub nocturno (Bóveda) en sus bajos.
En 1609, los Señores de Castril cedieron gran parte de los terrenos tras su casa para abrir un gran paseo o explanada en pro del embellecimiento de esta área de la ciudad, paseo que se constituyó a modo de continuación natural de la Carrera del Darro. He aquí el origen del actual Paseo de los Tristes, otra pintoresca vía granadina, un lugar cargado de poesía y romanticismo, de historia y sabor propios. Su verdadero nombre oficial es Paseo del Padre Manjón, en honor al célebre sacerdote y pedagogo, fundador de las Escuelas Ave María, que permitieron la educación de niños pobres de familias gitanas; pero popularmente se le ha denominado siempre con el primer nombre, debido a que por aquí pasaban antaño los “tristes”, o sea, las comitivas funerarias acompañando algún entierro, rumbo al cementerio. También se dice que los “tristes” eran los funcionarios y sirvientes, que, venidos a Granada para trabajar en la Chancillería desde otras regiones de España, andaban nostálgicos echando de menos sus lejanos hogares. Este espacio urbano está hoy lleno de bellos inmuebles y palacetes, alzados sobre los solares de las primitivas casas nobles nazaríes que dominaban el arrabal de Ajsares. El lugar, bonito y apacible, está siempre lleno de jóvenes y chiquillos, y supone a menudo un interesante punto de encuentro de artistas y espectáculos callejeros espontáneos.
Al comienzo del Paseo del Padre Manjón se encuentra la Casa de las Chirimías, junto al puente del mismo nombre: una linda casa-mirador construida hacia 1610 cuando el Cabildo acondicionó los terrenos donados por los Sres. Castril. En su piso superior se situaban bandas de música que animaban las fiestas de toros y cañas, celebradas en la explanada entre los siglos XVI y XVII. Fue también posteriormente, en el siglo XX, sede de la Sociedad Histórica local. Se plantea su pronta rehabilitación para centro de explicación de las tradiciones del Albayzín.
Al otro lado del Puente de las Chirimías (desde el que se admira una perfecta panorámica del curso del Darro, paralelo a la Carrera ), se ubica una curiosa edificación, con aspecto de encantadora casa de muñecas a gran escala: es el famoso Hotel del Reuma, del siglo XIX (llamado así por la tremenda humedad del entorno).
Al fondo, más allá de la zona invadida por las concurridas terrazas de bares y restaurantes, se encuentra la fuente del Paseo de los Tristes. A poca distancia, mirando a las terrazas del paseo, se destaca, orgulloso, el monolito con el busto de don Andrés Manjón, tallado en piedra por el escultor Manuel Roldán de la Plata (1874–1956), a decir de algunos, el retrato mejor conseguido de cuantos se hayan hecho del homenajeado.
Al final del paseo, se puede cruzar el encantador Puente del Aljibillo sobre el cantarín Darro, punto donde se abre una bifurcación. A la izquierda, una pequeña pendiente de tierra apisonada conduce hasta un serpenteante sendero forestal, mientras que a la derecha destaca la presencia del llamado Edificio Rey Chico, sede de la prestigiosa Escuela de Artes Escénicas de Granada.
Justo por encima de este escenario, se halla también el bello Carmen de los Chapiteles, uno de los más hermosos y mejor conservados de época musulmana (pese a las sempiternas reformas periódicas que hay que acometer, lógicamente, en un edificio con tan larga historia). Este carmen tiene fama, además, de ser uno de los inmuebles más caros de toda la España actual –durante algún tiempo a finales de la década de 1990, fue de hecho el más caro del país–.
El caminito de tierra roja y apisonada que discurre por toda la parte baja del cerro del Generalife, paralelo al Darro, entre pequeñas arboledas y recortadas placas de piedra -de reciente instalación- con pequeños versos de diversos autores, conduce a la romántica Fuente del Avellano, probablemente la más conocida de toda Granada. La Fuente del Avellano, envuelta en leyendas, era realmente, entre finales del siglo XIX y principios del XX, el lugar de reunión del grupo literario de la Cofradía del Avellano, fundado y presidido por el famoso escritor e intelectual granadino Ángel Ganivet, precursor ideológico de la Generación del 98, embajador de España en Finlandia, y prolífico autor de libros tan logrados como Granada la bella (1896), Cartas finlandesas (1896) y el interesante ensayo Idearium español (1898), en donde expresaba su deseos de regeneración para la España del momento.
Desde este lugar se puede admirar el fabuloso paisaje del barrio del Sacromonte en toda su amplitud y profundidad. La pintoresca fuentecilla se abastece de las filtraciones naturales que manan de las porosas tierras arcillosas de la colina –formación geológica Alhambra–. Hoy cuenta con un pilar sencillo adosado a un aljibe de mampostería semienterrado en la ladera. Arriba, una leyenda en piedra comenta cómo en 1827 el XXIV Caballero Don José Martín le dio su actual aspecto, mientras un azulejo de 1940 rememora las tertulias literarias y filosóficas organizadas por Ganivet, durante las sesiones de su amada cofradía del Avellano.
El encanto intrínseco de este paraje hizo que, desde la Edad Media, numerosos poetas y viajeros quedaran fácilmente embrujados con él (Chateaubriand llegó a compararla, en cierta ocasión, con las fuentes de Vauclause, por ejemplo).Asimismo, la calidad proverbial de las aguas de su fuente es conocida de sobra en toda Granada; antaño los aguadores vociferaban por las calles “¡Aguaaaa del Avellanooo…!”, anunciando su precioso líquido, al que se llegaban a conferir incluso propiedades medicinales, por momento casi milagrosas.
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