miércoles, 9 de enero de 2013

LA GRAN VÍA DE COLÓN: LA GRANADA MODERNISTA Y EL SIGLO XX


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    La Plaza de Isabel la Católica se presenta ante nuestros ojos pequeña pero espléndida, centrada por el majestuoso monumento a Isabel la Católica y Colón, posiblemente uno de los más conocidos de Granada, y auténtico eje articulador de las modernas calles y vías comerciales del centro urbano; es el punto medio de una encrucijada de arterias principales, con la entrada del barrio del Realejo a sus espaldas, el inicio de la Gran Vía de Colón justo enfrente, y el arranque de la calle Reyes Católicos en un lateral; además de servir de preámbulo de la conocida Plaza Nueva, a poca distancia.
   El monumento de Isabel la Católica y Colón es una notable obra escultórica que, pese a su grandiosidad evidente, ha hecho correr ríos de tinta desde su creación por varios motivos. Uno de los principales tal vez sea la profunda decepción que se llevó el pueblo granadino durante su inauguración en octubre de 1892, con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América. Toda la ciudad esperaba la visita para esa fecha de Dª. María Cristina de Borbón y el príncipe Alfonso, pero ni la reina ni el infante hicieron acto de presencia, enviando en su lugar unos cuantos ministros y delegados de poca relevancia. El descontento fue general entre todos los asistentes al acto oficial: los granadinos consideraron la ausencia como un agravio para su ciudad, volcada desde hacía largo tiempo en los preparativos de la visita, y la inauguración quedó muy deslucida. Se cuenta también, por otro lado, que el resultado final no agradó al diseñador del monumento, el artista valenciano Mariano Benlliure, quien tras ver su obra acabada, en el centro de la Plaza del Humilladero, junto al Genil –su primera ubicación–, quedó tan desilusionado que se marchó a la mañana siguiente sin despedirse prácticamente de nadie, como alma que lleva el diablo.


Monumento a Isabel la Católica y Colón, al principio de Gran Vía.
Foto: Elemaki / Wikimedia Commons.

   En definitiva, parece que el monumento no fue muy del gusto de la época, despertando más críticas que elogios. Hoy sin embargo consideramos que dota de gran belleza al espacio público donde fue trasladada, desde la plaza del Humilladero, en 1962, a modo de punto y final de la Gran Vía. Los personajes representados en la cumbre, la reina Isabel la Católica y Cristóbal Colón, potencian el sentido simbólico del monumento –realizado para la conmemoración del Descubrimiento– en cuanto a protagonistas principales de tal hecho histórico. Ella aparece representada solemne, sentada sobre un majestuoso trono con los atributos propios de una reina, atendiendo con interés los planos que Colón, de pie frente a ella y a un nivel inferior, le muestra. Unos ángeles recogen los fabulosos pliegues colgantes de la monarca. En el pedestal se inscriben relieves y grafías broncíneas en conmemoración de personajes o hechos importantes de la historia local, como la toma de Granada o el descubrimiento de América. La vegetación de ribera y la fuente que rodea el monumento escultórico son una adición reciente, de la década de 1960.
   El aspecto actual de la Plaza de Isabel la Católica –amplia, luminosa, llena de magnolios y edificios emblemáticos– es fruto de las reformas de ampliación y embellecimiento urbano acometidas entre finales del siglo XIX y mediados del XX, obras relacionadas con la apertura de la Gran Vía. Anteriormente, por aquí se extendía un conjunto de calles estrechas plagadas de monasterios y suntuosos palacios señoriales, entre ellos el desaparecido Convento de Sancti Spiritu, exclaustrado en el siglo XIX, del cual sólo perdura el recuerdo conservado en el nombre de una callejuela trasera; y la Casa nobiliaria de Don Álvaro de Bazán, I Marqués de Santa Cruz, que se emplazaba en el espacio actualmente ocupado por una entidad bancaria. Aquel palacio, de proverbial belleza (según se dice), se ubicaba apenas unos metros más abajo del convento –que contó con la protección especial de los Bazán–, hasta finales del siglo XVIII, cuando fue demolido (toda una lástima) para ampliar la calle Reyes Católicos. Una placa honorífica decora la entrada del citado banco, en conmemoración de los nobles Bazán y su fastuosa mansión.

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   Don Álvaro de Bazán y Guzmán nació allí en diciembre de 1526, hijo del Capitán General de Galeras Don Álvaro de Bazán el Viejo. Desde joven se destacó en hazañas militares, pero su proeza sin duda más recordada, fue su valiente intervención en la Batalla de Lepanto contra los turcos, sin la cual probablemente no hubiera acabado en victoria cristiana. Por ello, Felipe II le nombró I Marqués de Santa Cruz y le encargó organizar la Armada Invencible contra Inglaterra. Murió en Lisboa (9 febr. 1588) antes de presenciar el desastre naval español.


Don Álvaro de Bazán, primer Marqués de Santa Cruz.
Óleo de Rafael Tejeo (1828) en el Museo Naval
de Madrid. // Foto: Wikimedia Commons.

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   A nuestra izquierda desde la plaza, desciende rumbo a Puerta Real –véase Realejo y Angustias– la encantadora pero extremadamente bulliciosa Calle Reyes Católicos. Su trazado, suavemente curvilíneo, corresponde a la línea del Darro embovedada entre 1842 y 1884 como resultado de una ambiciosa política urbanística que buscaba subsanar ciertos problemas de salud pública –los malos olores del Darro a su paso por el centro– y configurar un nuevo eje de comunicaciones que conectase Plaza Nueva con Puerta Real. Con ello, también desaparecieron los últimos puentes de la ciudad medieval –Puente del Carbón, Puente de la Paja, etc.– y nació la actual calle de los Reyes Católicos.
   Poco después, al proseguir la cubrición del Darro hasta el Genil, nacieron otras vías nuevas como las actuales Acera del Darro y Acera del Casino, unidas en una misma vasta planicie con el entorno engendrado, en época francesa y borbónica, del Campillo y Bibataubín. Todos estos espacios abiertos, al igual que Reyes Católicos y Plaza del Carmen, fueron embellecidos por la alta burguesía del XIX, dispuesta a convertir Granada en una ciudad moderna, sin nada que envidiar a otras boyantes capitales como Barcelona o Madrid.
   Resultado de esta política urbanística hará su gloriosa aparición, si bien por etapas (1850–1880, 1890–1920, 1930–1942, 1942–1962, 1979–1983), la Granada contemporánea, creada a costa de la destrucción de la ciudad medieval, a pesar de las vocingleras críticas de los románticos empedernidos, como Ganivet o Lorca. Desde Plz. Isabel la Católica parte en línea recta la Gran Vía de Colón, arteria principal por antonomasia del centro de Granada, la cual se prolonga a la altura de los Jardines del Triunfo con la Avenida de la Constitución.
   El proyecto de apertura de una vía de estas características –ancha, espaciosa, clara– en el centro neurálgico de la ciudad nueva, no queda en absoluto fuera de tantos otros proyectos similares, realizados por toda la geografía peninsular desde finales del siglo XIX, e instigados por la floreciente burguesía industrial. Ejemplos claros de esto son la Gran Vía de Madrid o la Calle Larios de Málaga. Sin embargo, en Granada su fecha de inicio y finalización sufrieron un ligero retardo respecto a otras capitales más dinámicas o con burguesías mejor asentadas. Construida en la primera mitad del siglo XX, su creación y ensanchamiento supuso la configuración de un gran eje urbano Norte-Sur, así como el derribo de la mayoría de las estructuras medievales de la zona y la realineación de todas las calles de las proximidades.
   Para 1912, la Gran Vía estaba ya inaugurada y con gran parte de sus modernos edificios alzados y en activo (aunque las obras proseguirían a ritmos dispares, durante largas décadas). Cierto proyecto posterior de Muñoz Monasterio –el mismo artífice de la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid– recogía la posibilidad de prolongarla, en 1948, hasta la Plaza Mariana Pineda, destruyendo calle San Matías, pero la idea sólo se llevó a cabo de forma muy limitada. La destrucción, hacia 1900, del viejo edificio de Correos liberó un amplio solar vacío, que permitió levantar nuevos bloques de viviendas, comercios y sedes bancarias, entre los cuales destacan los números 1, 2 y 3, que acogen hoy oficinas de la Caja Rural, de la antigua Caja General de Ahorros de Granada y del Santander Central Hispano. Otra porción de espacios vacíos se adecentó para construir la actual Plaza Isabel la Católica, cuyo monumento central articula el resto de la avenida y la entrada al Realejo.
   La apertura de la Gran Vía de Colón responde a todas luces a aquéllas nuevas preocupaciones modernizadoras de la burguesía liberal y empresarial, cuyos intereses venían determinados por el desarrollo capitalista y comercial de la ciudad; una burguesía que, en el caso de Granada, venía enriqueciéndose desde hacía bastantes años con el desarrollo de la próspera industria azucarera –azúcar de remolacha– de la Vega. Urgía, pues, dotar adecuadamente a Granada –urbe anquilosada en un trazado de corte anticuado– de una nueva arteria principal, que atrajera tanto a poderosas instituciones financieras como a nuevos negocios, y que solventara otros problemas prácticos, como la viabilidad, y la mejoría en las conexiones con otros puntos del mapa callejero.
   El resultado es la calle que hoy vemos. Su nacimiento captó con éxito, desde pronto, la atención de modernas oficinas de bancos, entidades mercantiles y bursátiles e inmobiliarias, e implicó la aparición de preciosas pero caras viviendas. Así, hicieron acto de presencia las enormes moles de pisos que hoy recorren, en relativo orden, la vía en toda su longitud, y que rompían con la precedente ciudad de casuchas y palacetes de baja altura. El aspecto de estos edificios ha variado notablemente conforme pasaba el tiempo, de tal forma que no se puede hablar de un estilo predominante, sino de muchos conviviendo juntos a la vez. A un talante historicista inicial (1900–1950), preocupado ante todo por la recuperación del pasado grandioso, pero a la vez readaptado a los “nuevos tiempos”, mezclando aportes del Neoclasicismo y el estilo francés “Napoleón III” , se han solapado influencias constructivas y decorativas más vanguardistas y, en fechas recientes (1960–2000), racionalistas y funcionalistas.
Si hubo un lugar preferente, en la Granada de la primera mitad del siglo XX, para que los arquitectos más atrevidos desarrollaran sus proyectos, éste fue también el espacio de la Granada contemporánea, con protagonismo de Gran Vía, pero no menos de Avenida de la Constitución, Recogidas o Puerta Real (símbolos del Eclecticismo y el Modernismo granadino).
   La Gran Vía sufrió su última gran reforma entre el 2004 y 2007, dentro de un nuevo programa de reformas urbanas, que se prolongó hasta Avda. de la Constitución. El proyecto de los arquitectos Alejandro y Jesús Muñoz, implicó la mejora de las carreteras, la ampliación de aceras y la modernización de la iluminación, aunque respetando siempre la estética historicista y modernista de los inmuebles. El resultado final es práctico, al haber aliviado los problemas de congestión urbana, y creado un paseo más ancho para el viandante. Hay que destacar las nuevas farolas de diseño geométrico, obra de José Manuel Darro y A. Muñoz Miranda, cuyas formas cubistas evocan símbolos típicos de la ciudad, como la granada o la estrella nazarí.

   En Gran Vía, desde su arranque en la Plaza de Isabel la Católica, los primeros edificios artísticamente destacables son los correspondientes a los números que van de 1 al 4. El nº. 2 es el llamado "Edificio del Banco", alzado entre 1906 y 1917 haciendo esquina con calle Reyes Católicos por un lado, y con Gran Vía por el otro. Su estilo ecléctico, afrancesado y con resonancias imperiales –como el águila con las alas desplegadas en su cúspide– responde al gusto arquitectónico dominante en la Europa de entonces. Este inmueble, de hecho, es casi una copia de otro edificio de París. Frente por frente, se erigió en 1908, en el nº. 1, otra construcción modernista afrancesada: el antiguo Hotel Colón (edificio “La Paz”) grandiosa obra del arquitecto Jiménez Arévalo. Su estructura recuerda bastante a la del nº. 2, con bajos, tres plantas con vanos abalconados, y ático abuhardillado. Su portada principal se abre en la esquina entre las vías principales, en medio de un gran volumen cilíndrico rematado por una cubierta cupulada. En su planta baja, acoge un importante centro cultural y expositivo de la Caja de Ahorros de Granada.


El edificio del Banco, número 2 de Gran Vía de Colón. Elegante, grandioso, vistoso...
Una auténtica maravilla arquitectónica de la Granada del siglo XX.
Foto: Wikimedia Commons / autor: Ingo Diron (23/07/2009).

   La sede del banco Santander Central Hispano (antiguo Banco Hispano Americano) fue diseñada también en estilo ecléctico por el arquitecto Ángel Casas Vílchez. La rica pero ordenada decoración de ecos neoclasicistas de sus fachadas halla su culmen en un precioso reloj urbano, inscrito en una curva apuntada y saliente del último piso.

   Sería realmente fatigoso, y quizás innecesario, describir pormenorizadamente todas las muestras arquitectónicas de interés de la Gran Vía. Baste con decir que los números 12, 14, 27 y 29 son buenos ejemplos de viviendas modernistas que destacan, a nuestro parecer, por la monumentalidad y soberbia elegancia de sus fachadas, ricamente decoradas con balcones, balaustradas, cierros con acristalamientos y estatuas… pero no son los únicos ni necesariamente los mejores, desde luego (para gustos, colores, se dice).
   El grisáceo edificio del antiguo Banco de España fue proyectado por el genial arquitecto Secundino Zuazo, basado en un lenguaje ecléctico inspirado en ciertos modelos tomados de la Alemania de los años Veinte (basados a su vez en los proyectos, en gran medida, de Haussmann). La diáfana fachada con pilastras acanaladas de orden gigante y capiteles corintios floridos, y la gran portada clasicista descentrada son buen ejemplo de ello. Actualmente el edificio se encuentra en reformas, con vistas a readaptarlo para sus nuevas funciones (oficinas administrativas públicas).

   El número 23 de Gran Vía, obra del insigne Hermenegildo Lanz (de 1940), equivale formalmente a un eslabón intermedio entre el historicismo del siglo XIX y el racionalismo arquitectónico del S. XX. Emblemático edificio éste, antiguo Instituto Nacional de Previsión rebautizado por la picaresca popular como la Casa de la Perra Gorda –por la famosa moneda con que tantas familias pagaron su pensión al Estado durante años–, tras un largo abandono, se reinauguró en 2007 como nueva sede de la Tesorería General de la Seguridad Social.
   A través de la pequeña calle Cristo de San Agustín desembocamos en la Plaza del Mercado de San Agustín. Plaza de reciente factura, en la práctica resulta indistinguible de otra plaza limítrofe, la Placeta de la Radio, así llamada porque en uno de sus edificios se encuentran las instalaciones de RadioGranada y la SER. Ambas placetas conforman en realidad un único espacio abierto, vivo y bullicioso, lleno de tienda, fruterías y puestos ambulantes. En el interior del mercado se encuentra de todo (y mucho jaleo también); las ofertas de pescadería (género fresco diario traído desde Motril) suelen mejorar a última hora. No sería mala idea comprar productos típicos de la tierra: embutidos caseros, jamón de Trevélez, cordero segureño, olivas aliñadas, tomatitos secos (riquísimos), fruta tropical de la costa, etc. Antiguamente, el espacio de la plaza correspondía al famoso Convento de San Agustín, edificación realizada conjuntamente por los arquitectos J. Luis Ortega y Alonso Cano (siglo XVII), pero las exclaustraciones por orden de los ministros liberales (Mendizábal, 1835) y, con anterioridad, la invasión francesa (napoleónica), durante la primera mitad del siglo XIX, hicieron desaparecer uno de los más bellos monasterios de Granada.

   En la parte media de Gran Vía, veremos la Iglesia del Sagrado Corazón, curiosa edificación de finales del siglo XIX, de estilo Neogótico, como se aprecia en los puntiagudos arcos ojivales y vidrieras de su portada principal, en los remates de sus esbeltas torres–campanario gemelas, o en su nave única interior, cubierta con una enorme bóveda goticista.
   Frente a la iglesia tenemos el antiguo Convento de Santa Paula, hoy reconvertido en hotel de lujo bajo el nombre de Palacio de Santa Paula. El convento jerónimo fue erigido en 1513 para fomentar la cristianización de esta área urbana, próxima a la calle Elvira islámica. Si hacia la Gran Vía presenta un aspecto pulido, con leves retoques neoplaterescos –en las ventanas–, la parte trasera (calles Santa Paula y Portería de Sta. Paula) conserva aún vestigios de su pasado monástico, como la bella portada renacentista. En su interior se conservan restos de unas casas árabes (S. XV) con elementos originales (patio, alfarje, capiteles califales). La antigua iglesia de tipo cajón conserva una interesante capilla mayor, cubierta con una armadura octogonal sobre pechinas aveneradas. El templo acoge también las sepulturas de sus fundadores.

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   A poca distancia, aventurándonos por una callejuela a la izquierda –calle Azacayas–, llegamos a la Calle Arandas, que desemboca en calle San Jerónimo, famosa por sus colegios mayores y palacetes manieristas. Nosotros no nos internaremos tan profundo por ahora; tan sólo nos quedaremos en Arandas para recordar que aquí se ubicó, antaño, la Puerta árabe del Boquerón del Darro, demolida en el siglo XIX. Su recuerdo al menos pervive en las placas de las calles: Almona del Boquerón, Lavadero del Boquerón, etc. Otro de los atractivos del entorno es su precioso Palacio de Domingo Pérez de Herrasti, palacio señorial dieciochesco, parcialmente reformado en el siglo XX. Al exterior luce un precioso torreón–mirador esquinero y fachadas con pinturas parietales decorativas en torno a los vanos, mientras en su interior destaca un pórtico con artesonados moriscos. Entrar en el palacio supone descubrir un maravilloso espacio arquitectónico, hoy reconvertido en el Colegio Mayor Alsájara.
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   El edificio de la Subdelegación del Gobierno Civil es posiblemente una de las más bellas construcciones de la Gran Vía, obra del genial arquitecto Ángel Casas. Este elegante palacio, también conocido como Edificio Müller, resulta grandioso a pesar de sus reducidas dimensiones. Tiene un jardincillo de densas coníferas y magnolios frente a la fachada principal, salpicado con algunos detalles escultóricos. Esta configuración edificio-jardín responde al tipo de residencia unifamiliar del gusto de la alta burguesía de principios del S. XX: las voluminosas torres asimétricas se destacan en la composición, mientras que la profusión de ornamentos de regusto historicista, Neoplateresco –estilo Monterrey– aportan originalidad al conjunto.

   El antiguo edificio de La Normal, en el extremo final de Gran Vía –frente al Instituto Padre Suárez–, es una gran mole arquitectónica, construida en 1923–33 sobre un pequeño lienzo de muralla árabe. Intervinieron en su construcción arquitectos de indiscutible renombre como Leopoldo Torres Balbás y Hermenegildo Lanz, proyectándolo como centro de formación de maestros de escuela –Escuela Normal de Magisterio “Andrés Manjón”–. Pero desde que tal currículo obtuvo el grado de diplomatura, el inmueble fue vendido por la Universidad a la Junta de Andalucía y, tras algunas reformas, rehabilitado hace cinco años para su actual función: sede de delegaciones y consejerías de la Junta de Andalucía. Al exterior presenta un impresionante aspecto, con tres voluminosas torres cuadrangulares delante y otras tantas detrás, realzadas con grandes tejados piramidales con aleros típicos, y combinaciones de aspectos neomudéjares con otros más racionalistas, delatando una concepción muy ecléctica en su diseño.
   
   El Instituto del Padre Suárez es la institución académica más notable de la Gran Vía contemporánea. Obra proyectada en principio por Fernando Wilhelmi (1904–1919), fue retomada posteriormente por Ramón Fernández–Alonso, quien le añadió en 1992 un par de escaleras acristaladas en los ángulos de los patios y un gimnasio en el sótano. El programa ornamental ecléctico de su fachada combina a la perfección elementos neorrenacentistas y neoclasicistas con otros modernistas, configurando un conjunto ecléctico pero armonioso.
   El Instituto es uno de los más antiguos de España, aunque en origen tuvo otro edificio como sede académica. Apenas establecidos oficialmente los Institutos en marzo de 1845, el Padre Suárez aparecía en la Gaceta de Madrid como el tercero a nivel nacional, fruto de la reforma educativa de la Ley Pidal. Muchos catedráticos, ante el desprestigio creciente de la Universidad en la era isabelina, no dudaron en incorporarse a él, como el célebre don Rafael García y Álvarez, quien fue varias veces director del presente instituto. Gran científico, genial pedagogo y hombre de espíritu bondadoso, su pensamiento lo sitúa en el krausismo español. Preocupado filosóficamente por el problema de la conciliación entre la fe y la ciencia, no dudó en defender teorías científicamente revolucionarias, aunque indignaran a las autoridades religiosas de turno; caso del transformismo (evolucionismo darwinista), cuyos principios introdujo por primera vez en España y que le valieron, en 1872, la pena de excomunión. Sus libros fueron quemados públicamente en una hoguera frente a la Catedral –repitiendo los más vergonzosos episodios de la Inquisición medieval–, ante la indignación de sus discípulos. Su muerte en 1894 fue llorada tanto por la comunidad científica como por la ciudad en general. Gracias a su trabajo se creó el valioso Catálogo de piezas de Historia Natural del Instituto.
   Otro personaje de renombre ligado a esta institución fue Don José Taboada, quien, en 1920, impulsó la creación de la Estación Alpina del Collado de la Sabina, en Sierra Nevada. Sucesor de Don Rafael, recuperó la polémica sobre el Darwinismo de su maestro, por lo que sufrió suspensión de empleo y exilio en Málaga. Parte de sus importantes trabajos están recogidos en el pequeño pero interesante Museo del Instituto.


El interesante Museo de Ciencias del Instituto Padre Suárez de Granada
Foto: Trabajo propio del Instituto Padre Suárez.
 Wikimedia Commons (2012).


   A espaldas del edificio de La Normal, en el espacio que va desde la Plaza del Triunfo hasta los edificios universitarios del Complejo Administrativo Triunfo, se abre una gran plaza de piedra y cemento, con escalinatas, arbolillos y grafitis. Durante la Guerra de Independencia y luego con Fernando VII (1808–1833), se emplazaban aquí los patíbulos donde se ejecutaba a los condenados a muerte. Esta explanada de siniestra historia, integrada en los Campos del Triunfo y conocida hoy como Plaza de la Libertad, conserva, junto a una tapia, la Cruz de Hierro del Patíbulo de Mariana Pineda, la celebérrima “Heroína de la Libertad”.

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   Mariana Pineda: (Granada, 12 de agosto, 1804 – íd., 26 de mayo, 1831) Hija de Don Mariano Pineda Ramírez, capitán de navío guatemalteco, y de Dª. María Muñoz, natural de Lucena (Córdoba). Tras enviudar prematuramente de su primer marido en 1822, las circunstancias la convertirían en uno de los mayores exponentes de la causa liberal frente a los abusos del régimen absolutista. Fue apresada por el alcaide Ramón Pedrosa, y tras un juicio amañado, recluida en el Beaterio de Santa María Egipcíaca en espera de su ejecución. Su crimen: bordar una bandera tricolor republicana. Fue ejecutada en el cadalso del Campo del Triunfo, a garrote vil la mañana del 26 de mayo de 1831. Su vida y muerte la consagraron como mártir del liberalismo español, e inspiró un famoso drama homónimo de Federico García Lorca.


Mariana Pineda en la capilla, cuadro de Juan Antonio Vera Calvo (1862).
Dominio público. Wikimedia Commons.
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   Al fin hemos llegado a los Jardines del Triunfo. Si bien los aquí presentes son obra reciente, del siglo XX, en su emplazamiento ya hubo jardines y fuentes desde hace siglos. A poca distancia sobre ellos, se alza la impresionante silueta del Hospital Real, que veremos en breve. Estos jardines fueron creados a costa de la destrucción de la primera Plaza de Toros de Granada, la tercera en importancia en la España del XVIII (tras la de Madrid y Sevilla) y la más antigua de la provincia. Aquel ruedo duró hasta 1876 y se hizo famoso porque en él murió el popular matador Perucho.
   La inauguración de los Jardines del Triunfo se dio en 1960, siendo su punto culmen el alzado del impresionante monolito de la Inmaculada del Triunfo. Desde entonces, se ha convertido en una de las zonas verdes más representativas de Granada, ideal para disfrutar, en pleno corazón de la ciudad, de un soplo de aire fresco. Los jardines se estructuran mediante anchos paseos en cuesta, que van a confluir en el monolito, caracterizados por una notable riqueza botánica: diecisiete especies de árboles (cedros del Líbano, magnolios, falsas acacias, cipreses, moreras blancas,…) y muchas más de arbustos (durillos, arrayán, mirtos,…). A los pies de los Jardines se encuentra el Monumento a San Juan de Dios, excelente obra del escultor granadino Miguel Moreno Romera, realizada en la década de 1990 e inaugurada en el 2000. Destaca a simple vista por la peculiarísima técnica en que fue ejecutada, huella inolvidable de su genial artífice –perceptible también en la escultura de Fray Leopoldo, ubicada al otro lado de los jardines–. Moreno forjó la chapa de hierro sin limarle las soldaduras, dándole un aspecto casi rugoso, lleno de imperfecciones, de fuerte expresionismo.
   La Fuente del Triunfo representa uno de los ejemplos mejor logrados en Granada de fuente escenográfica. Gruesos chorros de ruidosa agua se disparan verticalmente, a gran altura, formando una especie de cortina cilíndrica de espuma. Los chorros cambian constantemente de color, fuerza y ritmo de emisión, a modo de telón móvil de fondo para el monolito de la Inmaculada. Este efecto dinámico se completa mediante un rebosadero que deja caer una cascada continua de agua. Mide 75 m. de longitud, y se inauguró en 1960.


Fuente de los Jardines del Triunfo, de noche.
Foto: Er Komandante (Wikimedia Commons).

   El Monolito de la Virgen del Triunfo es el punto central hacia donde se dirigen todas las perspectivas, todas las miradas, todos los caminos de este bello complejo ajardinado. Alzado entre macizos de vegetación, con escalinatas en tres de sus frentes y con la fuente escenográfica al fondo, se destaca como poderoso referente visual en medio del paisaje urbano. Se rumorea que en su actual emplazamiento, en época visigoda (S. VIII) hubo una basílica cristiana, destruida por los moros para construir su rauda (necrópolis). El monolito tiene forma de columna triunfal romana, con el fuste troncocónico y ricamente decorado; sobre él la estatua barroca de la “Purísima”, Virgen del Triunfo, con sus atributos –de pie sobre una media luna invertida, con la cabeza coronada–, conmemora la victoria contra los turcos en Lepanto (1571).

   El Hospital Real surgió a principios del S. XVI, como idea prioritaria de los Reyes Católicos, dentro de su vasto programa de reformas y castellanización de la urbe nazarí. Edificado sobre parte del antiguo cementerio musulmán, sus obras se iniciaron en 1511 bajo un proyecto inicial de Enrique Egas, siguiendo un diseño gótico tardío algo decadente ya por entonces. Coincidiendo con la visita del Emperador Carlos V a Granada (1526), se inauguró el hospital (en su parte concluida). Más tarde el hospital funcionó como asilo de dementes y hospicio de desamparados. Hoy en día acoge la Biblioteca Universitaria y sirve eventualmente de sala de exposiciones temporales (fotografía, joyas barrocas,…). Su ordenación espacial sigue fielmente la estructura del Hospital Mayor de Milán de Filarete: dos largas y grandes crujías que, perpendicularmente, se cortan entre sí, formando una planta de cruz griega, inscrita en un cuadrado que alberga nuevas crujías y que origina cuatro grandes huecos cuadrangulares, destinados a patios. Las obras de Egas se estancaron por problemas de financiación, hasta que, en 1522, fueron reactivadas por Diego de Siloé, quien supo mantener las líneas prefijadas por Egas, pero añadiendo huecos para introducir novedosos elementos del entrante lenguaje renacentista: por ejemplo las hermosas ventanas platerescas de las fachadas, obra de Juan García de Pradas, o la decoración del primer cuerpo del Patio de los Mármoles, obra de Martín de Bolívar. En 1549 un incendio destruyó las estructuras frágiles, pero la sólida cantería de piedra resistió al fuego. Desde 1550 se añaden las techumbres, entre las cuales destaca el maravilloso cimborrio del crucero, diseñado por Melchor de Arroyo, alzado a partir de una airosa cúpula de madera con caserones.


Monolito de la  Virgen del Triunfo y su fuente, en los Jardines del Triunfo de Granada.
Detrás, en segundo plano, el Hospital Real. // Foto: Wikimedia Commons (autor: Jeny).

   Los muros exteriores rebosan austeridad y seriedad, sólo interrumpida, o equilibrada, por intermitentes destellos de ornamentación, como los fantásticos vanos decorativos de García de Pradas, o la galería abierta plateresca del piso superior –cuya leyenda habla de presencias de fantasmas en este lugar, por cierto–. La fachada de sillería se divide en dos niveles mediante una gran moldura a modo de cornisa. Tanta sobriedad permite que, sin embargo, destaque la gran portada principal de piedra, de tipo clasicista con retoques escurialenses , realizada en el primer tercio del S. XVII; una bella hornacina de medio punto central acoge la estatua de la Virgen con el Niño, mientras en su frontón semicircular partido se inserta un gran escudo heráldico. A los lados destacan las esculturas de los Reyes Católicos, en actitud orante. El zaguán se cubre con una preciosa armadura mudéjar.
   La disposición de los patios y estancias fue establecida conforme a un plan funcional, atendiendo al mejor cuidado de los pacientes según los criterios médicos del momento . En un mundo totalmente impregnado de espiritualidad y caracterizado por altísimas tasas de mortalidad, no sólo bastaba con cuidar los cuerpos de los enfermos; sobre todo había que cuidar de sus almas. A tal fin, todo hospital debía contar con una capilla como mínimo. En éste, la capilla se ubicó en el punto de encuentro de las crujías, facilitando el acceso de los enfermos al recinto sagrado desde cualquier punto. El crucero se cubre mediante el bello cimborrio cupulado de Melchor de Arroyo, destacado sobre el piso noble, que actualmente acoge la importantísima Biblioteca Central de la Universidad. Los patios suministraban una adecuada ventilación e iluminación interior, y a la vez aislaban el recinto del exterior.


Fachada principal de la Rectoría de la Universidad de Granada, en el antiguo Hospital Real.
A ambos lados, arriba, destacan las ventanas ornamentales de estilo platero,
obra de Juan García de Pradas (siglo XVI). // Foto: Wikimedia Commons.
Autor: Monicat81 (23/10/2008).

   Al otro lado del Triunfo, tenemos la Cripta de Fray Leopoldo de Alpandeire. En su interior, envuelta en una tenue penumbra de luz de velas, destaca la celda del fraile milagrero, no por su riqueza, sino por la increíble austeridad y pulcritud que envuelve todo: su carencia de objetos personales es buena muestra del modo de vida ascético del fraile. Fray Leopoldo (Alpandeire, Málaga, 24 jun. 1864 – Granada, 9 febr. 1956.), de verdadero nombre Francisco Tomás Márquez, fue un humilde agricultor hasta 1895 cuando, tras oír emocionado la predicación de unos capuchinos en Ronda, decidió ingresar en los Capuchinos para iniciar una nueva vida evangélica. Desde 1903 deambuló por Granada, predicando y realizando obras piadosas. Su labor misionera, su naturaleza caritativa y su vida misma son ejemplos de virtud y sencillez. Su muerte en 1956 causó gran conmoción en Granada. Su proceso de beatificación comenzó en 1961 y aún no ha acabado. Se le atribuyen dotes milagrosas, incluso tras su muerte.
   Saliendo de la cripta, seguiremos la calle Ancha de Capuchinos –así llamada en honor a los frailes–, que discurre a espaldas de los jardines del Triunfo. Calle comercial, en su extremo se encuentra la modesta y pequeña Ermita de San Isidro, principal y prácticamente único edificio de carácter histórico–artístico de la plaza que preside. Fue construida a mediados del S. XVII para dar asistencia espiritual a las familias humildes de la zona. Muy sencilla ornamentalmente, aunque de aires barrocos, es un centro religioso muy querido en Granada. A un lado de la plaza, podemos ver también las espaldas de la prestigiosa Facultad de Medicina de la Universidad pública de Granada.

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