El Hospital de San Juan de Dios corresponde grosso modo con al menos una parte del espacio que ocupaba antaño el Monasterio de San Jerónimo, reformado tras la llegada de la Orden de los Hospitalarios, a finales del siglo XVI. El Hospital, construido por iniciativa de Fray Alonso de Jesús Ortega, se organiza en base a dos enormes patios cuadrangulares (antiguos claustros monásticos) conectados armoniosamente mediante una bella escalera monumental.
El acceso al hospital se realiza a través de un amplio zaguán (obra de 1622 de Pedro Vílchez), que conserva parte de un techo de artesonado de época de los Jerónimos. El vestíbulo está precedido por una magnífica portada barroca de piedra gris de Sierra Elvira, con un gran arco de medio punto flanqueado por pares de columnas sobre pedestales. Una hornacina, arriba, acoge la figura escultórica de San Juan de Dios, representado de perfil en actitud orante.
El patio principal del Hospital fue acabado en 1622 por Pedro de Vílchez. Este espacio abierto y luminoso, de notable claridad en su composición, está totalmente rodeado, en sus dos alturas, por galerías porticadas con arcos toscanos. Los pasillos se decoran con zócalos altos de azulejos, y un amplio conjunto de murales al fresco –29 en total– sobre la vida del santo, obra de Sánchez Sarabia (1729) con colaboraciones de Tomás Ferrer. El centro del patio acoge una exquisita fuente barroca, de equilibradas proporciones. Su pilón bajo es de tipo pecho de paloma. El pedestal escultórico (de regusto versallesco) de la primera taza acoge un grupo de niños de mármol blanco; el pedestal del segundo tramo, más sencillo, sólo presenta airosas volutas. El agua se vierte por cuatro mascarones esquineros. La fuente se corona con un dado marmóreo con el escudo Hospitalario, y una granada con estrella y cruz de hierro. El segundo patio consta de una galería apilastrada en el nivel bajo, sobre la cual se destaca un conjunto de balcones. También aquí el centro lo ocupa una bonita fuente barroca (S. XVIII), que recuerda vagamente en su estilo a la de Plaza Nueva. Ambos patios se vinculan mediante una escalera monumental de tipo de carroza (una variante de la imperial), obra de José de Bada, con tres tramos y planta en T –considerada una de las más bonitas de Granada–. La escalinata se cubre con una preciosa armadura de madera, mientras varios vanos abalconados se abren en el muro superior, ricamente decorado con pinturas al fresco.
Portada monumental barroca de la Iglesia de San Juan de Dios. Foto: Juan A. Cantos (2012). |
La Basílica de San Juan de Dios, adosada al recinto hospitalario, está consagrada a la Inmaculada Concepción pero dedicada a dicho santo. Sus obras comenzaron en 1737, bajo dirección del genial José de Bada y Navajas. Fue oficialmente abierta al culto en 1759. Tanto su interior como su exterior acusan un extraordinario “horror al vacío” en la ornamentación, tan del gusto del último Barroco español, ya encauzado por las vías de la escuela de Churriguera.
La portada de mármol de Sierra Elvira fue diseñada personalmente por José de Bada. Su cuerpo inferior presenta una gran puerta enmarcada por estilizadas columnas corintias, apoyadas sobre pedestales. En los lados se abren tímidamente otras dos puertecillas, con hornacinas superiores para las estatuas de los Arcángeles San Gabriel y San Rafael, excelentes obras de Ramiro Ponce de León. La gran hornacina central, ricamente decorada, acoge la efigie de San Juan de Dios, obra del mismo autor. A ambos lados, entre columnillas corintias, se ubican dos obras de Agustín Vera Moreno: un San Ildefonso y un Martirio de Santa Bárbara. Coronando el conjunto, resalta la efigie de Dios Padre de la fractura de un frontón. Dos torres–campanario gemelas, a los lados de la fachada –y algo menos recargadas de ornato– otorgan verticalidad y claridad a la fachada.
Interiormente, el templo sigue el esquema de planta de cruz latina con capillas laterales. Destacan aquí los fantásticos retablos, todos fruto de la hábil mano de José Francisco Guerrero (con intervenciones eventuales de Bada). Los arcos y bóvedas están totalmente recubiertos por increíbles representaciones de los Evangelistas, santos y fundadores de órdenes, virtudes teologales,... Son, al respecto, realmente sobresalientes las escenas de la Vida de San Juan de Dios y la Virgen de Sánchez Sarabia; las de las capillas laterales son de Tomás Ferrer.
El Retablo Mayor, brillante de pan de oro, abraza el estilo churriguerista por su exuberancia ornamental, que dejará boquiabierto a más de uno. La Inmaculada corona su parte superior mientras el resto del espacio lo ocupan otros santos (San Ildefonso, San Carlos Borromeo,…). En lo alto del tabernáculo se ubica un San Juan Nepomuceno de Ponce de León. Conrado Gianquinto decoró los laterales de la Capilla Mayor con dos impresionantes lienzos: la Aparición de la Virgen a San Juan de Dios y La Muerte de San Juan de Dios. El camarín, prodigiosamente enriquecido con materiales caros y espejos, custodia una urna de plata, obra del maestro platero Miguel de Guzmán, con los restos de San Juan de Dios. También este espacio guarda otros relicarios con restos de mártires, como los de San Feliciano, cuyo esqueleto se guarda en una urna. Las capillas laterales conservan otras joyas, como una escultura del “Santo de los Pobres” de Bernardo de Mora.
Anexo al cuerpo de la basílica, se encuentra el Hospital de San Rafael, edificado en 1979–96 para aliviar al contiguo de San Juan de Dios–. Su diseño funcionalista se basa en un proyecto conjunto de Juan de Dios Wilhelmi, J. L. López Jiménez, y J. Noguera. Un lado de este hospital acoge un expresionista monumento en bronce de San Juan de Dios, de M. Moreno Romera (1986).
Bajando la calle San Juan de Dios, en su confluencia con San Jerónimo, se alza la Iglesia del Perpetuo Socorro, macizo edificio religioso, correspondiente a la tipología de “iglesia fortaleza” o iglesia–torre. Sólida, robusta, está construida toda en cantería de piedra de alta calidad. La austeridad ornamental de sus muros externos evoca, en efecto, un castillo antes que un templo. Originalmente contó con dos torres laterales, pero fueron demolidas en el siglo XIX para abrir nuevas calles.
La iglesia, pese a su estilo renacentista inicial, destaca por los aportes ornamentales posteriores del Barroco, que se enseñorea de sus espacios internos. Es de planta de cruz latina, con nave central y seis capillas laterales (tres a cada lado); la nao central se cubre con una bóveda de crucería, mientras el crucero ostenta una grácil cúpula. Todos sus retablos son obra de Francisco Romero; destaquemos el Retablo Mayor de Santa María del Perpetuo Socorro, cuyo sagrado Icono, fiel reproducción del original, hecha sobre plancha de cobre –obra de Doña Encarnación González, la llamada “Pintora de la Virgen”–, se enclava en un espectacular camarín. Los retablos laterales están dedicados a San Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, y al Corazón Eucarístico.
La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri (o Padres Filipenses) comenzó a desarrollar su labor pastoral y misionera en Granada a finales del S. XVII, atendiendo sobre todo a la educación de los niños pobres. La construcción de este templo, dedicado en origen a la Virgen de los Dolores, quedó a cargo de Melchor de Aguirre (1695). La desamortización de bienes eclesiásticos de Mendizábal cerró el lugar en 1836 y expulsó a los Filipenses. Iglesia y monasterio sufrieron un largo abandono, durante el cual se perdió gran parte de sus elementos originales. Sin embargo, en 1912 los Redentoristas (congregación de misioneros populares fundada en 1731 por San Alfonso María de Ligorio en Scala, Nápoles), adquirieron el templo, reconsagrado el 12/12/1913 como Santuario de la Señora del Perpetuo Socorro.
La portada de mármol de Sierra Elvira fue diseñada personalmente por José de Bada. Su cuerpo inferior presenta una gran puerta enmarcada por estilizadas columnas corintias, apoyadas sobre pedestales. En los lados se abren tímidamente otras dos puertecillas, con hornacinas superiores para las estatuas de los Arcángeles San Gabriel y San Rafael, excelentes obras de Ramiro Ponce de León. La gran hornacina central, ricamente decorada, acoge la efigie de San Juan de Dios, obra del mismo autor. A ambos lados, entre columnillas corintias, se ubican dos obras de Agustín Vera Moreno: un San Ildefonso y un Martirio de Santa Bárbara. Coronando el conjunto, resalta la efigie de Dios Padre de la fractura de un frontón. Dos torres–campanario gemelas, a los lados de la fachada –y algo menos recargadas de ornato– otorgan verticalidad y claridad a la fachada.
Interiormente, el templo sigue el esquema de planta de cruz latina con capillas laterales. Destacan aquí los fantásticos retablos, todos fruto de la hábil mano de José Francisco Guerrero (con intervenciones eventuales de Bada). Los arcos y bóvedas están totalmente recubiertos por increíbles representaciones de los Evangelistas, santos y fundadores de órdenes, virtudes teologales,... Son, al respecto, realmente sobresalientes las escenas de la Vida de San Juan de Dios y la Virgen de Sánchez Sarabia; las de las capillas laterales son de Tomás Ferrer.
El Retablo Mayor, brillante de pan de oro, abraza el estilo churriguerista por su exuberancia ornamental, que dejará boquiabierto a más de uno. La Inmaculada corona su parte superior mientras el resto del espacio lo ocupan otros santos (San Ildefonso, San Carlos Borromeo,…). En lo alto del tabernáculo se ubica un San Juan Nepomuceno de Ponce de León. Conrado Gianquinto decoró los laterales de la Capilla Mayor con dos impresionantes lienzos: la Aparición de la Virgen a San Juan de Dios y La Muerte de San Juan de Dios. El camarín, prodigiosamente enriquecido con materiales caros y espejos, custodia una urna de plata, obra del maestro platero Miguel de Guzmán, con los restos de San Juan de Dios. También este espacio guarda otros relicarios con restos de mártires, como los de San Feliciano, cuyo esqueleto se guarda en una urna. Las capillas laterales conservan otras joyas, como una escultura del “Santo de los Pobres” de Bernardo de Mora.
Anexo al cuerpo de la basílica, se encuentra el Hospital de San Rafael, edificado en 1979–96 para aliviar al contiguo de San Juan de Dios–. Su diseño funcionalista se basa en un proyecto conjunto de Juan de Dios Wilhelmi, J. L. López Jiménez, y J. Noguera. Un lado de este hospital acoge un expresionista monumento en bronce de San Juan de Dios, de M. Moreno Romera (1986).
Icono procesional de la Virgen del Perpetuo Socorro. Foto: Juan A: Cantos (2012). |
Bajando la calle San Juan de Dios, en su confluencia con San Jerónimo, se alza la Iglesia del Perpetuo Socorro, macizo edificio religioso, correspondiente a la tipología de “iglesia fortaleza” o iglesia–torre. Sólida, robusta, está construida toda en cantería de piedra de alta calidad. La austeridad ornamental de sus muros externos evoca, en efecto, un castillo antes que un templo. Originalmente contó con dos torres laterales, pero fueron demolidas en el siglo XIX para abrir nuevas calles.
La iglesia, pese a su estilo renacentista inicial, destaca por los aportes ornamentales posteriores del Barroco, que se enseñorea de sus espacios internos. Es de planta de cruz latina, con nave central y seis capillas laterales (tres a cada lado); la nao central se cubre con una bóveda de crucería, mientras el crucero ostenta una grácil cúpula. Todos sus retablos son obra de Francisco Romero; destaquemos el Retablo Mayor de Santa María del Perpetuo Socorro, cuyo sagrado Icono, fiel reproducción del original, hecha sobre plancha de cobre –obra de Doña Encarnación González, la llamada “Pintora de la Virgen”–, se enclava en un espectacular camarín. Los retablos laterales están dedicados a San Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, y al Corazón Eucarístico.
La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri (o Padres Filipenses) comenzó a desarrollar su labor pastoral y misionera en Granada a finales del S. XVII, atendiendo sobre todo a la educación de los niños pobres. La construcción de este templo, dedicado en origen a la Virgen de los Dolores, quedó a cargo de Melchor de Aguirre (1695). La desamortización de bienes eclesiásticos de Mendizábal cerró el lugar en 1836 y expulsó a los Filipenses. Iglesia y monasterio sufrieron un largo abandono, durante el cual se perdió gran parte de sus elementos originales. Sin embargo, en 1912 los Redentoristas (congregación de misioneros populares fundada en 1731 por San Alfonso María de Ligorio en Scala, Nápoles), adquirieron el templo, reconsagrado el 12/12/1913 como Santuario de la Señora del Perpetuo Socorro.
Retablo mayor de la Iglesia del Perpetuo Socorro de Granada // Foto: Juan A. Cantos (2012). |
El padre rector Tomás Vega potenció el culto al venerable y milagroso Icono de la Virgen del Perpetuo Socorro, aquí conservado –sin duda, una de las representaciones más populares de la Madre de Dios en Granada–, logrando la coronación canónica del procesional en 1927. El original, de autor anónimo (aunque relacionado con la escuela posbizantina de Rizzo de Candía), se encuentra en la actualidad en la Iglesia de San Alfonso de Roma. La leyenda cuenta que un mercader griego robó la imagen de una iglesia de Creta, y zarpó rumbo a Italia. En mitad de la travesía, una terrible tormenta se desató; pero el mercader sacó la imagen y el barco se salvó de lo que parecía un naufragio seguro.
A dos pasos del Perpetuo Socorro, nos topamos con una plaza llena de naranjos en donde destaca, poderosa, el ábside de la Iglesia de San Jerónimo.
MONASTERIO DE SAN JERÓNIMO
A los Jerónimos, venidos desde 1492 a Granada para evangelizar la ciudad recién conquistada, junto a otras Órdenes (franciscanos y dominicos), se les concedió en primer lugar el Real de Santa Fe para su ubicación y, algo más tarde, un lugar conocido como “El Nublo” (hoy Hospital de San Juan de Dios). Cuenta la leyenda que los Jerónimos llegaron tan fatigados que parecían “monjes de San Lázaro” (los que cuidaban de los leprosos), por lo que en 1496 los Reyes Católicos les donaron un nuevo solar más adecuado, en otra finca (antigua propiedad de los reyes nazaríes, La Almoraba) en donde pudieron instalarse definitivamente, construyendo su propio monasterio e iglesia. En 1521, Doña María de Manrique, Duquesa de Sesa (segunda esposa y viuda del Gran Capitán), rogó a Carlos V –tras algunas desavenencias con los Cartujos (véase Cartuja de San Bruno– el favor de depositar aquí los restos mortales de su difunto marido, los suyos cuando muriera, y los de sus descendientes, petición que le fue concedida en 1523. A cambio, la duquesa debería encargarse de costear los gastos de la construcción de la capilla mayor y decorarla debidamente. La erección del templo fue encargada primero a Jacopo Florentino el Índaco en 1525, pero su prematura muerte en 1526 obligó a la Duquesa a redirigir el proyecto al insigne Diego de Siloé. Algunos desacuerdos posteriores entre un nieto del Gran Capitán y Siloé retrasarían el proyecto e hicieron que el artista sólo levantara parte de la iglesia.
Ábside de la Iglesia de San Jerónimo, desde la Calle Gran Capitán. Foto: Juan A. Cantos (2011). |
Probablemente, el general francés Sebastiani se sintió irritado al leer la inscripción exterior sobre el ábside, una cartela sostenida por alegorías de la Fortaleza y la Industria, que dice Gonzalo Fernández de Córdoba, gran general de los españoles y terror de franceses y de turcos”. Sebastiani destinó el monasterio a cuadras y cuartel militar aquel año, expoliando casi todo su tesoro: la espada y los huesos del Gran Capitán, joyas, rejas, estandartes, órganos... Más tarde, los restos de Don Gonzalo pudieron ser recuperados y guardados hasta la exclaustración de 1835; Bartolomé Venegas los pidió al particular que los conservaba, angustiado por la apatía de los descendientes del héroe y de las autoridades del momento. Los vaivenes de la política española de mediados del XIX retrasaron su enterramiento en suelo sacro, hasta el 26 de abril de 1857. Pero, como si el destino se hubiera alzado contra el reposo final de Don Gonzalo, en 1869 fueron otra vez retirados para enviarlos a Madrid, al Panteón de los Hombres Ilustres, panteón que nunca se terminó, por lo que permanecieron algún tiempo en San Francisco el Grande. Por fin, en 1875 se verificó su retorno a Granada; los restos hallaron reposo un 7 de junio, mientras la Diputación y el Ayuntamiento decidían prepararle una Corona poética. No obstante, no toca cantar victoria tan pronto: recientes investigaciones han revelado que realmente los restos óseos aquí enterrados no corresponden con el ADN del ilustre militar. Prosigue, por tanto, la búsqueda del paradero de su verdadero lugar de enterramiento. Otro caso similar al de Lorca. ¿Será que Granada es tierra de muertos huidizos, o de culillo de mal asiento?
Exteriormente, la parte visible del edificio desde la calle Gran Capitán, el ábside, presenta forma octogonal, con muros de sólida cantería de piedra, tan sobrios que, a simple vista, parecen una fortaleza. Sólo destacan los emblemas del Gran Capitán en una cartela, entre grandes contrafuertes y un grácil cimborrio de remate. Desde el compás, vemos la fachada principal del templo, de tres cuerpos de alzado, con una esbelta torre-campanario adosada lateralmente, de planta cuadrangular y cuatro tramos de altura.
La solemne portada renacentista, de piedra gris de Sierra Elvira, consta de tres niveles de lectura: el primero, un gran arco clásico enmarcado por cuatro columnas dóricas, sobre el cual sobresale un recuadro con la imagen de San Jerónimo penitente con el león. Con una de sus manos –la única conservada– el santo sostiene una piedra de autopunición; a la derecha, cuelgan sus atributos de Doctor de la Iglesia. En el segundo tramo de la portada, resaltan los escudos de los Reyes Católicos, con sus iniciales coronadas y los emblemas del yugo y las flechas. El tercer tramo es una hermosa vidriera que filtra la luz al coro interior. A ambos lados tenemos las estatuas de San Pedro y San Pablo, entre grutescos.
Galería de uno de los laterales del claustro de San Jerónimo. Foto: Juan A. Cantos (2011). |
Ocho bóvedas nervadas, diseñadas por Jacopo Florentino, cubren las capillas laterales. Algunas de sus valiosas tallas, como el Cristo Yacente y La Soledad salen en procesión el Viernes Santo. En la parte superior destaca el coro de sillas de nogal (obra de Siloé), y la pintura del Triunfo de la Eucaristía, de Juan de Medina. Las vidrieras actuales son obra de Arnao de Vergara.
El crucero representa un punto de conexión entre el Gótico tardío y el Renacimiento. Numerosas figuras de héroes militares de la Antigüedad clásica (César, Pompeyo,…) decoran los arcos de sostén, recordando el carácter guerrero del Gran Capitán aquí enterrado. Una colosal bóveda octogonal de crucería (corresponde al cimborrio exterior), sostenida por trompas con representaciones de los Evangelistas, cubre el espacio. En las capillas laterales, cuatro Virtudes reposan sobre marcos de lansquenetes y las armas del Gran Capitán. En el suelo del crucero, ante la escalinata de la Capilla Mayor, se encuentra la supuesta Tumba del Gran Capitán, una modesta lápida de mármol blanco, llena de inscripciones honoríficas ejecutadas en letra romana tipo cuadrada. Anotemos por último que esta iglesia también conserva la lápida mortuoria de la Familia Andrada Vanderwilde.
El crucero representa un punto de conexión entre el Gótico tardío y el Renacimiento. Numerosas figuras de héroes militares de la Antigüedad clásica (César, Pompeyo,…) decoran los arcos de sostén, recordando el carácter guerrero del Gran Capitán aquí enterrado. Una colosal bóveda octogonal de crucería (corresponde al cimborrio exterior), sostenida por trompas con representaciones de los Evangelistas, cubre el espacio. En las capillas laterales, cuatro Virtudes reposan sobre marcos de lansquenetes y las armas del Gran Capitán. En el suelo del crucero, ante la escalinata de la Capilla Mayor, se encuentra la supuesta Tumba del Gran Capitán, una modesta lápida de mármol blanco, llena de inscripciones honoríficas ejecutadas en letra romana tipo cuadrada. Anotemos por último que esta iglesia también conserva la lápida mortuoria de la Familia Andrada Vanderwilde.
El Retablo de la Capilla Mayor es una de las mejores creaciones del Renacimiento español. En su factura intervino una larga lista de nombres de ilustres artistas, desde 1571: Juan de Aragón, Diego Pesquera, Lázaro de Velasco, Juan Bautista Vázquez, Pablo de Rojas, Juan Martínez Montañés, Pedro de Orea, Pedro de Raxis,... El retablo presenta cuatro cuerpos decorados magistralmente. En su cúspide, se ubica una figura central de Dios Padre, junto a los Santos Mártires Justo y Pastor y varias Virtudes. A los lados del retablo vemos las estatuas orantes del Gran Capitán y su esposa María. Un fresco, tras la estatua del héroe, muestra la entrega de su espada por parte del Papa Alejandro VI Borgia.
Cada cuerpo descansa sobre una hilera de relieves de santos. El primer cuerpo lo preside la Virgen de la Pera junto a San Pedro y San Pablo; el segundo, luce una radiante Inmaculada, con sus padres San Joaquín y Santa Ana –nota curiosa: he aquí el primer caso, en la Historia del Arte, de un retablo dedicado a la Virgen María– y los Santos Juanes. El tercer cuerpo lo preside San Jerónimo penitente, con su león –único acompañante de su larga soledad–; a los lados se ubican representaciones de Cristo (En la columna, Ecce Homo). El cuarto acoge, bajo el Padre, un gran Cristo Crucificado flanqueado por la Virgen y San Juan.
El acceso al monasterio y sus dos claustros se realiza a través de una portada, obra de Martín Navarrete. Sólo uno de los claustros, de estilo Gótico isabelino (1519), es visitable; el otro (renacentista) es de clausura. Allí residió la Emperatriz Isabel en 1526 porque la Alhambra le pareció “fría en exceso”. El patio visitable conserva un fragante jardín de estilo hispanoárabe.
En los pasillos del claustro se abren varias portadas, obra de Siloé, correspondientes a las dependencias comunitarias. La más bonita tal vez sea la portada del Ecce Homo, por su riqueza en relieves de santos. Tras algunas, se originan pequeñas capillas, ideadas en principio como panteones de familias nobles, aunque nunca cumplirían tal función en la práctica. La sala del refectorio (comedor común) está maravillosamente decorada, por cierto, con pinturas de Juan de Sevilla–. La Sacristía custodia un Niño Jesús que el Gran Capitán llevaba siempre consigo a las batallas.
El acceso al monasterio y sus dos claustros se realiza a través de una portada, obra de Martín Navarrete. Sólo uno de los claustros, de estilo Gótico isabelino (1519), es visitable; el otro (renacentista) es de clausura. Allí residió la Emperatriz Isabel en 1526 porque la Alhambra le pareció “fría en exceso”. El patio visitable conserva un fragante jardín de estilo hispanoárabe.
En los pasillos del claustro se abren varias portadas, obra de Siloé, correspondientes a las dependencias comunitarias. La más bonita tal vez sea la portada del Ecce Homo, por su riqueza en relieves de santos. Tras algunas, se originan pequeñas capillas, ideadas en principio como panteones de familias nobles, aunque nunca cumplirían tal función en la práctica. La sala del refectorio (comedor común) está maravillosamente decorada, por cierto, con pinturas de Juan de Sevilla–. La Sacristía custodia un Niño Jesús que el Gran Capitán llevaba siempre consigo a las batallas.
El monasterio también cuenta, en el lado del ábside por fuera, con una bonita fuente: el Pilar de los Granada (1565) así llamado por sus donantes, la noble familia Granada. Varias veces restaurado, lo único que queda del original es el elegante frontispicio clasicista, con un relieve típico de la granada coronada. Don Alonso de Granada, primer Marqués de Campotéjar y Alcaide, desde 1555, del Generalife costeó en 1565 este pilar en señal de agradecimiento a la ciudad por su título. Tres años después, D. Alonso participó en la represión de los moriscos de la Alpujarra.
Una peculiar tradición religiosa: Las Chías. - El Viernes Santo tiene lugar, al atardecer, el estremecedor acto religioso de las Chías, una procesión que rememora unos extraños personajes encargados de recaudar limosnas para la sepultura de los condenados a muerte por la Inquisición. Su peculiar indumentaria consiste en unos vestidos de duelo de la época, denominados chías, ricos en bordados y pintorescos adornos. Suelen encabezar el desfile de la Cofradía de la Soledad de San Jerónimo, junto a otros personajes como romanos con lanzas y personajes bíblicos.
El final de la calle Gran Capitán desemboca en la moderna Plaza del Gran Capitán. Una pequeña estatua despunta en uno de los jardincillos: se trata de la llamada Mujer Joven, símbolo de la mujer emprendedora, capaz y autosuficiente. La calle comercial que baja frente a nosotros es Emperatriz Eugenia; la perpendicular es Carril del Picón, que desemboca en el Palacio de las Columnas, que veremos en breve. Estas calles, plagadas de jóvenes estudiantes –dada su proximidad con el campus universitario– y dinamismo a cualquier hora del día, están abarrotadas de amenos pubs, restaurants y pequeños negocios.
OCIO/BARES DE COPAS:
Sala “Planta Baja”. – C./Horno de Abad, 11, 18002, Granada. Web: www.plantabaja.net e-mail: sala@plantabaja.net Desde hace décadas, esta sala de conciertos se ha afianzado como un referente indiscutible en el mapa cultural no sólo de Granada, sino de España entera.
Siguiendo Melchor Almagro, llegamos a la Biblioteca Municipal del Estado (calle Profesor Sainz Cantero), de estilo racionalista. Además de las funciones intrínsecas de la institución, cuenta con fabulosas fonotecas y salas de audición como la Sala Val de Omar; y cuenta con ciclos propios de cine (grandes directores, rarezas, cine mudo, grandes clásicos,…) dentro de los programas de la Filmoteca de Andalucía.
José Val del Olmar. – (Granada 1904 – Madrid, 1982.) Cineasta innovador y atrevido, y granadino universal por méritos propios. Su talento como investigador de nuevos lenguajes y tecnologías, abrieron vías nunca antes descubiertas al séptimo arte. Creó por ejemplo en 1928 el sistema PLAT (siglas de Picto-Lumínica-Audio-Táctil), experimento que aunaba sinestesia y cine, sorprendiendo a un público poco preparado por entonces para sus técnicas de “desbordamiento apanorámico de la imagen” y de lo que él mismo denominaba visión táctil. Experimentador arriesgado, visionario, creó también su propio sistema de sonido (diafónico). Los resultados de su trabajo están recogidos en su obra audiovisual Tríptico Elemental de España (1952), indispensable para entender lo que supuso este personaje para la historia del cine, pese a haber recibido su parcela de gloria a título póstumo.
Escultura del cineasta José Val del Omar en su localidad natal, Loja (Granada). Foto: Wikimedia Commons. Autor: Menesteo. |
El extremo de calle Melchor Almagro desemboca en la moderna Avenida de Fuente Nueva, frente al ingreso principal del Campus Universitario de Ciencias. En 1965 estos terrenos fueron cedidos a la Universidad para que concentrase allí las instalaciones docentes relacionadas con el ámbito de ciencias. Allí se imparten actualmente las licenciaturas de Geología, Biología, Química y Física, entre otras. El campus cuenta con una extensa zona agregada de prados artificiales y paseos ajardinados. Los estudiantes gustan de pasar aquí largas horas de asueto y relax. La alameda conocida como Paseíllos Universitarios cuenta, en sus proximidades, con numerosas instalaciones deportivas como campos de rugby, piscinas y canchas de tenis. De entre todos los edificios del campus, destaca por sus características arquitectónicas el Aula Magna, descomunal bloque de mármol y piedra, con una peculiar forma a modo de apuntada proa de barco, en su ingreso.
A corta distancia –unos 100 m.– del Aula Magna, se abre la actual Plaza Einstein, así bautizada en honor al célebre científico judío alemán. La elección del nombre de este espacio público –rehabilitado en los Noventa– no fue casual, sino una alusión directa al tipo de licenciaturas del campus vecino. Si bien la plaza carece de interés artístico en sí, hay que decir al menos que es punto de encuentro habitual de los granadinos y estudiantes de las vecindades.
La calle Pedro Antonio de Alarcón se extiende longitudinalmente, arrancando de Plaza Einstein hasta enlazar a lo lejos con la Calle Recogidas, punto de conexión privilegiado entre tales calles y el centro (Plaza Menorca, Emperatriz Eugenia, Plaza de Gracia). Paralela a ella, se extienden otras dos vías principales de la Granada contemporánea: Camino de Ronda y Calle Arabial.
Don Pedro Antonio de Alarcón: (Guadix, 1833–Madrid, 1891) fue un eminente escritor granadino, renovador de la novela española del S. XIX. Su apasionado pensamiento político le llevó desde un liberalismo brutal hasta un conservadurismo ambiguo, ya en su vejez. Autodidacta, gran viajero (Marruecos, Italia,…), poeta y dramaturgo, en Granada se le conoció por su participación en los debates literarios de La Cuerda. Fue diputado en época de Alfonso XII. Su obra abarca desde el relato corto y la exaltación romántica del bandolero español, hasta el costumbrismo y el realismo al estilo de Galdós. Entre sus obras más famosas destacan: El sombrero de tres picos (1874), De Madrid a Nápoles (1861) y La Alpujarra (1873).
Estas calles hicieron su aparición entre las décadas de 1950 y 1970, en pleno boom del desarrollismo español. Presentan el aspecto de insípidas alineaciones de bloques de viviendas de estilo funcionalista, ordenadas geométricamente en grandes manzanas de tipo residencial. El objetivo fundamental de Camino de Ronda y Arabial era (y es) servir de nexos o ejes de comunicación urbana, conectando las nuevas calles y los barrios de la periferia, en frenética expansión (a costa de invadir con asfalto y ladrillo las otrora fértiles huertas de la Vega), con el centro histórico.
La calle Pedro Antonio de Alarcón, más viva de noche que de día –cuando la gente joven sale a divertirse–, está llena de supermercados, pubs, discotecas, bares de tapas y fast–foods. Algunos de los mejores sitios de tapeo de la ciudad, como La Gamba Alegre o el mítico Amador –mencionado en una canción del famoso grupo de pop local Los Planetas– se encuentran aquí, de hecho. El entorno, normalmente bullicioso y dinámico, cuenta además con algunos reputados restaurantes, como el Kudamm Edel.
La amplia explanada periférica del hipermercado Hipercor –entre la carretera de la Circunvalación y la Plaza Manuel Cano– fue hace una década bautizada, en el decir popular, como “Zona de los Botellones”. El área, de nulo interés histórico–artístico, cuenta con modernos centros comerciales (como el Hipercor), parkings vigilados, hoteles, áreas recreativas infantiles y paseos públicos ajardinados.
Tras el hipermercado, a poca distancia de un pequeño half-pipe, delicia de los skaters locales, se oculta el polémico Botellódromo, única área reservada legalmente en la ciudad para celebrar esa peculiar tradición juvenil que es el botellón. Tras la promulgación de la Ley Anti–Botellón (conocida por los afectados como “Ley Seca”), que prohíbe beber alcohol en las calles, los estudiantes y la chavalería han tenido que aceptar, a regañadientes, la nueva situación, so pena de cuantiosas multas.
La calle Pedro Antonio de Alarcón se extiende longitudinalmente, arrancando de Plaza Einstein hasta enlazar a lo lejos con la Calle Recogidas, punto de conexión privilegiado entre tales calles y el centro (Plaza Menorca, Emperatriz Eugenia, Plaza de Gracia). Paralela a ella, se extienden otras dos vías principales de la Granada contemporánea: Camino de Ronda y Calle Arabial.
Don Pedro Antonio de Alarcón: (Guadix, 1833–Madrid, 1891) fue un eminente escritor granadino, renovador de la novela española del S. XIX. Su apasionado pensamiento político le llevó desde un liberalismo brutal hasta un conservadurismo ambiguo, ya en su vejez. Autodidacta, gran viajero (Marruecos, Italia,…), poeta y dramaturgo, en Granada se le conoció por su participación en los debates literarios de La Cuerda. Fue diputado en época de Alfonso XII. Su obra abarca desde el relato corto y la exaltación romántica del bandolero español, hasta el costumbrismo y el realismo al estilo de Galdós. Entre sus obras más famosas destacan: El sombrero de tres picos (1874), De Madrid a Nápoles (1861) y La Alpujarra (1873).
Estatua de Pedro Antonio de Alarcón en la Avenida de la Constitución de Granada. Foto: Wikimedia Commons / autor: TL4LT. |
Estas calles hicieron su aparición entre las décadas de 1950 y 1970, en pleno boom del desarrollismo español. Presentan el aspecto de insípidas alineaciones de bloques de viviendas de estilo funcionalista, ordenadas geométricamente en grandes manzanas de tipo residencial. El objetivo fundamental de Camino de Ronda y Arabial era (y es) servir de nexos o ejes de comunicación urbana, conectando las nuevas calles y los barrios de la periferia, en frenética expansión (a costa de invadir con asfalto y ladrillo las otrora fértiles huertas de la Vega), con el centro histórico.
La calle Pedro Antonio de Alarcón, más viva de noche que de día –cuando la gente joven sale a divertirse–, está llena de supermercados, pubs, discotecas, bares de tapas y fast–foods. Algunos de los mejores sitios de tapeo de la ciudad, como La Gamba Alegre o el mítico Amador –mencionado en una canción del famoso grupo de pop local Los Planetas– se encuentran aquí, de hecho. El entorno, normalmente bullicioso y dinámico, cuenta además con algunos reputados restaurantes, como el Kudamm Edel.
La amplia explanada periférica del hipermercado Hipercor –entre la carretera de la Circunvalación y la Plaza Manuel Cano– fue hace una década bautizada, en el decir popular, como “Zona de los Botellones”. El área, de nulo interés histórico–artístico, cuenta con modernos centros comerciales (como el Hipercor), parkings vigilados, hoteles, áreas recreativas infantiles y paseos públicos ajardinados.
Tras el hipermercado, a poca distancia de un pequeño half-pipe, delicia de los skaters locales, se oculta el polémico Botellódromo, única área reservada legalmente en la ciudad para celebrar esa peculiar tradición juvenil que es el botellón. Tras la promulgación de la Ley Anti–Botellón (conocida por los afectados como “Ley Seca”), que prohíbe beber alcohol en las calles, los estudiantes y la chavalería han tenido que aceptar, a regañadientes, la nueva situación, so pena de cuantiosas multas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario